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domingo, 7 de noviembre de 2010

Benito Mussolini: El sexo salvaje del dictador

                                 Benito Mussolini: Il Duce

Benito Mussolini era brutal en muchos sentidos. También en la cama. Lo deja bien claro su principal amante, Clara Petacci, en los diarios que escribió en los años treinta, contando con todo detalle sus encuentros sexuales con el Duce. Morbosas manías e intimidades que se publican ahora en España
Si hubiese podido, hoy te habría penetrado con el caballo". El zoofílico piropo corresponde a la llamada de la una del mediodía del 26 de febrero de 1938, la primera de la docena que casi con puntualidad suiza realiza a cada hora y cada día sin falta desde hace casi dos años el dictador Benito Mussolini a su joven amante Clara Petacci, así Hitler haya iniciado el Anschluss, así las legiones italianas hayan entrado victoriosas en Tortosa en plena Guerra Civil Española.

 Y pobre de él si no lo hace. Enésima amante del Duce -"he llegado a tener 14 y a acostarme con cuatro cada noche", le confesará con pocos visos de exagerar-, parece que le tiene bien pillado. Se ha esforzado: a sus 13 años "ya te había ofrecido mi vida entera", le escribe mucho después Claretta, que pidió entonces a sus padres que la llevaran a un discurso del inflamado orador.

Fotografías, recortes de prensa cual fan... Ahora, casi una década después, el azar se lo ha puesto fácil para marcar al líder de sus sueños: la hija del médico del papa Pío XI no tiene más que asomarse a la ventana para divisar la parte de atrás de los jardines del palacio Venezia de Roma, donde reside su caballero ideal.

Pero hay veces que el Duce no puede más y entonces llegan las patadas a mesas, sillas y periódicos, los gritos huracanados... "Tengo un mundo al que vigilar y un pueblo al que gobernar y ya te dedico demasiado tiempo; a veces me pregunto si soy tonto", le espeta el 15 de marzo de 1938. Más tarde volverán las carantoñas o la promesa de una escapada furtiva. "No quiero que nuestro amor sea una cosa pública, que se hable en los cafés o en la modista. Me preocupa mi prestigio. No puedo pasar por un viejo chocho".

Esa última no era una bronca más: es de las pocas veces que Mussolini está nervioso por la política internacional. Algunos diarios, especialmente los franceses (pueblo acabado, según él, "por la sífilis, la absenta y la prensa libre" y porque "sus mujeres son todas prostitutas: les gustan los negros porque tienen el pene largo y delgado, y son ellas las que poseen al hombre"), dudan de su salud (que contrarresta exhibiéndose a caballo a menudo).

Petacci toca poco la política; le deja decir y con caricias le calma cuando le enfurece que, de nuevo, la prensa francesa le diga que imita a Hitler ("un presuntuoso") en el tema judío. "¡Yo soy racista desde 1921!". Tanto lo es que le explica a la Petacci que "solo tres veces se me ha dormido el pajarito, retirado e indignado", y una fue por "el olorcillo de una judía; ya sabes como soy con estas cosas".

Franco también le pone nervioso con su estrategia en la Guerra Civil: "Me admira mucho y siempre me ha obedecido, pero es idiota: 18 meses para una Guerra Civil me parecen demasiado. ¡Yo hice la guerra de África en siete!".

Donde no parece fingir es en su obsesión con la muerte, que cree que será inminente. Le aterra el frío que puede pasar una vez en la caja, y por eso le da instrucciones para que le dejen una esterilla. ¿Y ella? ¡Se quedará sola! "Yo no te sobreviviré: he nacido para ti, acabaré contigo", le susurra tras otro fogoso encuentro en marzo de 1938. Así será en abril de 1945, los dos juntitos, colgados boca abajo en la Piazza Loreto de Milán.
Carles Geli
El País.com

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