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jueves, 2 de mayo de 2013

Siempre he creído que, en el fondo, Leonel Fernández odia a este país



Thorton, Peter Munk, Barrick y Leonel
Como si todas las cosas trajeran su propia campanita, decir Barrick Gold hoy día en la República Dominicana es como dejar balancear los badajos del campanario de la catedral. Curioso, muy curioso, es lo que provoca en el pensamiento invocar el nombre de ésta empresa minera. Es como una palabra maná, como una detestable parodia del engaño, como una seguridad eufórica de que alguien nos roba  un bien esencial para nuestra felicidad.

¿Barrick Gold?- digo- y la razón sufre, se subleva. Después del discurso del presidente Danilo Medina, esa mezcla de moral y de lógica que es “el buen sentido” de los pequeños burgueses, se ha insurreccionado. ¿Pero, contra quién debería ser esta sublevación? ¿Acaso es la Barrick Gold la culpable? ¿Quién entregó la riqueza pública a esta multinacional? ¿Quién tejió la madeja? ¿Quién impuso la siniestra obstinación de un contrato  que es un manifiesto de odio al país, de desconsideración a la miseria material, y de desprecio  a los sueños de redención social?

Las respuestas a todas estas interrogantes se pueden obtener leyendo los informes de la última reunión de accionistas de la Barrick Gold en Canadá. Peter Munk es el Presidente-fundador de la Barrick,y en el cónclave de accionistas pidió un bono anual de 13 millones  de dólares para John Thorton, el máximo ejecutivo de la empresa minera. Los accionistas se opusieron, y Peter Munk  argumentó lo siguiente: “Barrick necesita a Thorton para garantizar el acceso a los gobiernos y proteger contra la nacionalización de los recursos”.

Fue un argumento pragmático que tenía en cuenta la experiencia dominicana, porque fue John Thorton quien negoció todo lo relativo a la materialización del acuerdo, y fue su gestión la que capitaneó un resultado insólito en cuanto al nivel de beneficios para la empresa. Peter Munk tenía que defender a Thorton, y Thorton poseía un trofeo inconmovible: El contrato que había logrado en la República Dominicana.

 Fue por eso que cuando Leonel Fernández descendió de esa región alemana en la que, según él mismo dijo, le parecía haber estado viviendo en los últimos años; y salió a la luz el déficit fiscal, y la deuda pública acumulada sobrepasó dos veces la de toda la historia republicana, y la corrupción mostró sin pudor sus llagas purulentas, y el país se estremeció desplegando con ira su impotencia; la Barrick Gold saltó al escenario designando al acorralado ex presidente dominicano “Estadista del año”.

En el acto en el que Kenneth N. Frankel  entregó el reconocimiento de “Estadista del año” a Leonel Fernández, John Thorton se reía satisfecho hasta más no poder. Después de  la “Capitulaciones de Santa Fe”, y el desigual encuentro entre precolombinos y españoles, no se conocía un despojo más vulgar y violento que el de la Barrick Gold. Los más de cuarenta mil millones de dólares que Leonel Fernández dio en concesiones graciosas a la Barrick son un robo incalculable de la felicidad ciudadana, secuela inevitable de la personalización del poder y  un modelo nítido de irresponsabilidad pública.

Y como todas las cosas traen su  propia campanita, cuando hablemos de la Barrick Gold tenemos que escuchar los badajos de sus artífices: John Thorton, Peter Munk y Leonel Fernández. Como dijo Peter Munk “Thorton es un hombre que tiene acceso a los gobiernos”.

El tipo le dio alpiste a la megalomanía y al súper-ego que dominan a Leonel Fernández, y éste armó un contrato que encarna una entrega despiadada del patrimonio público.

La retórica extendida sobre la Barrick Gold no debe eludir ese espacio movedizo  en el que el nombre de esta empresa se multiplica, puesto que hay que nombrarla no en abstracto sino con sus culpables, y ese lugar ya existe, tiene sus figuras alineadas en el museo de la infamia, es el sitio exacto en el que un hombre se alzó con el poder,  se hizo casi un Trujillo sacralizado,  y obligó a la Cámara de Diputados a aprobar el contrato sin leerlo, mordisqueó la sumisión del Senado que lo aprobó sin leerlo, se echó una canita al aire para que la oposición lo aprobara sin leerlo; y al final nadie lo leyó, ni siquiera él a quien no le importaba. Siempre he creído que, en el fondo, Leonel odia a este país.

Andrés Luciano Mateo
Hoy Digital.com.do
http://www.hoy.com.do/opiniones/2013/5/1/478474/Thorton-Peter-Munk-Barrick-y-Leonel
Dibujo: Wilson Morfe

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