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domingo, 18 de octubre de 2015

Una era de profunda irracionalidad


Fiesta de la corrupción
Deploro que la palabra “corrupción”, antónimo de “ética”, no retumbe en la conciencia y en el oído, tal y como suelen ampliar por su representación sonora las onomatopeyas, símbolo en este caso de una funesta realidad

Sólo su final silábico nos deja un lastimero tintineo: “___onn”, “onn”, lo cual convertimos los dominicanos en una nasalización en la cual no pronunciamos la _n final, y cuyo efecto auditivo viene siendo “___ong”, “___ong”. Hasta los niños se asombran inocentes de la continua redundancia de tan enigmática herramienta, que permea todas las instituciones y las conciencias de quienes la conforman.

Y así se adapta la idiosincrasia de toda esta y otras sociedades postmodernas a la Cultura de la Corrupción.

En tanto nuestro Presidente diluye en su balanza cerebral de valores la importancia de sus “visitas sorpresa”, el pueblo incrédulo queda cual idiota en espera de una firme actitud responsable ante el escándalo de la Oisoe, la inusual barbarie de la delincuencia y la problemática del incesante trasiego de haitianos en la frontera inexistente. Las enormes carencias económicas de la gran mayoría, debidas a los sueldos de miseria que devengan , sumadas a las desmedidas alzas de impuestos añadidos y cuyo ruin destino desconcierta y avergüenza.

Los políticos de turno, más los cientos de aspirantes a los cargos, brotan como cucarachas noche y día desde todos los cochinos escondrijos del suelo nacional.

Para añadir a esta larga lista de arbitrariedades que padecemos, se soporta la descarada desfachatez de los juristas sobornados y otros más amedrentados por descuidar los encargos del partido. ¡Por Dios!

Y este nuevo riquismo enquistado en el poder ostenta a bordo de sus naves espaciales diseñadas a la medida de un nuevo estilo extravagante.

Por consiguiente, estamos asistiendo a los albores de una cultura en decadencia, cuyas raíces se expanden hasta otros territorios más allá (véase nuestro representante diplomático en la ONU

Estamos en presencia de una era de profunda irracionalidad, hecho que nos convierte sin demora en seres iracundos, intolerantes, incrédulos, desconfiados, temerosos, irreverentes, irrespetuosos e ingobernables.

Ante tantos desafíos a la libertad, al sosiego y a la justamente ganada soberanía, y con la ausencia de freno absoluto de la autoridad, me viene a la memoria el grato recuerdo del otrora personaje cumbre de la televisión latinoamericana, el simpático y talentoso Roberto Gómez Bolaños, y “su ahora dolorosa y jocosa manera de preguntar: Y ahora, ¿quién podrá defenderme? Yo, El Chapulín Colorado”.


Lisette Vega de Purcell
El Día

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