Leonel Fernández.
Se ha hablado y se habla abundantemente de corrupción, insaciablemente de corrupción, inútilmente de corrupción, y en presencia del padrino de la corrupción han sido denunciados los corruptos pero nadie ha denunciado el padrinazgo corruptor.
Se habla de corrupción y nadie señala al gran corruptor, se piden las cabezas de funcionarios corruptos y nadie pide la cabeza del primer corrupto funcionario de la nación, se habla de corruptela y nadie se acuerda del corruptelador, se habla de corruptura y nadie menciona al corrupturero, se habla de corrupcionismo y nadie acusa al corrupcionista ni siquiera con palabras como estas que también se corrompen en el ámbito de la corrupcionalidad que todo lo arropa.
En el debate sobre la corrupción, el padrino es graciosamente el árbitro de la corrupción. El padrino aprendió a doblarse y desdoblarse como su maestro Balaguer, a fingirse ajeno a sus culpas. Niega la corrupción. El infierno son los otros. Los corruptos son los otros, aunque ya la corrupción no se detiene en la puerta de mi despacho: Estamos de nuevo frente al mito de la maipiola virgen y la proverbial honestidad de Balaguer. Pero el mito se desmonta solo. La maipiola, cualquier maipiola es tan virgen como Balaguer era honrado.
El corrupcionista, el cínico simulador, pretende ser ilusionista y vender su imagen de estadista. La imagen del rey de la selva y no la del gato barcino. Pero ambos son depredadores.
Pedro Conde Sturla
Clave Digital