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viernes, 9 de noviembre de 2007

50 años de crecimiento y de inequidades en República Dominicana



La concentración de las riquezas han excluido a millones de dominicanos y dominicanas de los resultados positivos de 50 años continuos de crecimiento económico
¿Cómo es posible que en 50 años consecutivos de crecimiento económico las inequidades o asimetrías económicas y sociales se amplíen en vez de disminuir? Esta pregunta se la hace mucha gente dentro y fuera del país, sobre todo especialistas en temas económicos y sociales. Sin hurgar mucho en las reconditeces de las políticas públicas y sin la necesidad de elaborar largos, costosos y complejos estudios es fácil responder que la llamada “clase política” de la República Dominicana no ha gobernado, durante ese período, con la intención o meta de resolver los grandes y estratégicos problemas de la nación.

Yo diría que con la excepción de los gobiernos del profesor Juan Bosch y de Antonio Guzmán Fernández, ambos del Partido Revolucionario Dominicano, los gobernantes y sus seguidores se han limitado a disfrutar de las llamadas “mieles del poder”, a acumular fortunas junto a sus auspiciadores de turno –generalmente empresarios y aspirantes a tales—y a buscar las maneras de cómo perpetuarse en el poder.

No es casual, entonces, que casi el 100% de quienes han usufructuado el poder político en el país sean hombres y mujeres afortunadas y acomodadas, muchos de ellos y de ellas sin necesidad de emplearse o poner la mano en el arado por el resto de su vida. Para alcanzar estas metas, muy alejadas de los intereses y las necesidades de la mayoría de los ciudadanos y ciudadanas, los políticos locales han formado tándem con las élites de los negocios, con influyentes sectores militares y con figuras claves de los altares eclesiásticos.

No es casual, entonces, que los políticos dominicanos sean personas adineradas o en vías de serlos y que sus aliados claves en el ejercicio del poder también amontonen bienes y riquezas. Se trata de un juego de ganadores, donde todos los participantes ganan, y ganan mucho.

Siempre he considerado que desde la Economía y desde la Sociología y la Política fue razonable el ejercicio balaguerista dirigido a promover el nacimiento y la expansión de un segmento empresarial y una burguesía inexistentes. Era, pienso, una premisa obligada, un necesario punto de partida. También que se diseñaran políticas públicas para lograr el resurgimiento de aquellos grupos empresariales que Trujillo ahogó o impidió su desarrollo. Es probable que el establecimiento de un régimen democrático de corte occidental exigiera estos pasos basales. Pero no es comprensible ni es razonable que el cumplimiento de esta fase del proceso se convirtiera en una meta en sí misma, como ocurrió en todo el balaguerato, y posteriormente.

Mantener estas políticas a través de medidas fundamentalmente económicas y de inversiones públicas, acompañadas de restricciones a los ejercicios de los derechos laborales ciudadanos, ha dejado como resultado un tinglado de inequidades y asimetrías que con el tiempo han desdibujado la sociedad dominicana y amenaza con transformarla en un caos que simula ser una nación organizada. En efecto, el mantenimiento de políticas públicas que favorecen la acumulación de capitales y la concentración de las riquezas han excluido a millones de dominicanos y dominicanas de los resultados positivos de 50 años continuos de crecimiento económico.

De otro modo no podríamos explicar la proliferación de fronteras internas y de las constantes emigraciones hacia el exterior, sobre todo hacia Estados Unidos, Puerto Rico y Europa. Emigraciones que, está harto demostrado en sondeos y estudios, son motorizadas por la necesidad de encontrar mejores medios de vida.

Tómese como ejemplo, para un mejor entendimiento de nuestras ideas, las fronteras internas que existen en un territorio como la zona metropolitana. Social y económicamente pueden instalarse corredores entre zonas y barrios que están cercanos o colindan, pero difieren de manera esencial por los niveles de ingresos de sus habitantes, por la calidad de sus viviendas, por la existencia o no de los servicios públicos, por el orden público, por los niveles de escolaridad de sus niños y jóvenes, etcétera.

Estos fenómenos, amigo lector, no han surgido por generación espontánea. Son el resultado neto de unas políticas públicas muy bien concebidas y ejecutadas, como apuntamos en las notas del miércoles.
Bienvenido Álvarez Vega
HoyDigital.com.do