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miércoles, 15 de septiembre de 2010

Claude Monet y los fogones

     Comedor de la casa del pintor impresionista en Giverny, Francia.EFE

El padre del impresionismo, Claude Monet, fascinado por el arte culinario y atraído por los colores de las flores, apreciaba de igual manera unas setas al horno con perejil y ajo que las dalias rojas.

Giverny. Así lo atestigua la casa en la que pasó la mitad de su vida, en el pueblo normando de Giverny: dos jardines, de casi una hectárea cada uno, llenos de una variada y, en ciertos casos, exótica flora, y una vivienda con una gran cocina surtida de manjares.

Al autor de "Impression, soleil levant" le gustaba "todo tipo de comida", explicó Claire Joyes, viuda del biznieto de Monet. Tenía su propio gallinero y su propio huerto, en el que cultivaba "verduras del Mediodía francés, como pimientos o calabacines" y plantas aromáticas.

El recetario que utilizaban los cocineros de la casa de Giverny, tres personas en tiempos de bonanza, se ha reeditado veinte años después de la primera copia en el libro "La cuisine selon Monet". Se compone de fórmulas que el artista o miembros de su familia fueron incorporando con el paso del tiempo, con recomendaciones de amigos o con platos de restaurantes u hoteles.

                                Claude Monet.

Una cocina "impresionista" 
Así, la "Bullabesa de bacalao" del pintor Paul Cézanne y los panecillos del también impresionista Jean Francois Millet hacían las delicias de la familia Monet-Hoschedé.

Pero lo que más le gustaba a Monet eran las setas. Apreciaba cómo se hacían en conserva en la casa de su marchante, Paul Durand-Ruel, y lo hizo apuntar en su recetario, al igual que la preparación de los níscalos del escritor Stéphane Mallarmé, que iban acompañados de trocitos de panceta.

Y es que la relación artística con sus contemporáneos pasaba, sin duda, por la mesa: "Casi todos los días tenía invitados para comer", contó Joyes. "Nunca para cenar", porque se acostaba pronto para poder levantarse antes del alba y pintar los primeros rayos de sol.

Camille Pisarro, Auguste Renoir, Georges Clemenceau, Auguste Rodin, o Paul Valéry fueron algunos de los que degustaron los refinados e internacionales platos de Giverny.

No era fácil surtir a una cocina que necesitaba ingredientes difíciles de hallar en la Normandía interior. La compra se hacía en el vecino pueblo de Vernon y para lo más especial se iba a París o se hacía traer de otros lugares.

Por ejemplo, el bogavante siempre venía de Bretaña puesto que Monet tuvo tiempo de degustarlo durante su estancia en esta región francesa. Se convirtió en su plato preferido.


                   Le Déjeuner sur l' Herbe à Chailly, de Claude Monet.

Se cocinaba "a la americana", con un punto picante de cayena, al estilo "Douglas", servido en medallones flameados con ginebra y acompañado por una salsa con nata, zanahoria, tomillo y laurel o al "Newburg", con el que halagaba a su yerno, Theodore Butler.

A pesar de su buen paladar, Monet tenía sus manías "Se servían dos ensaladas diferentes: una normal, y otra para él. La suya estaba aliñada con pimienta machacada y aceite de oliva de Aix-en-Province (localidad del sur de Francia)", ésta con tanta pimienta que "era completamente negra".

No le gustaba el conejo, sino que prefería la "liebre salvaje", le encantaba el buen pescado, y los espárragos, mejor si estaban poco hechos. En cuanto al vino, los caldos de la región estaban "proscritos" en su mesa y, en cambio, eran bienvenidos el borgoña recomendado por Pissarro o el burdeos descubierto por Durand-Ruel.


     Le Déjeuner, de Claude Monet.

Su interés por la comida ha quedado así patente en cuadros como "Le Déjeuner sur l'Herbe à Chailly" o "Le Déjeuner", ambos expuestos en el Museo de Orsay de París.

Pasión por los colores
Los deliciosos platos se servían los días de fiesta en una moderna vajilla amarilla con finos bordes azules, las mismas tonalidades del comedor y de la cocina, respectivamente.

No en vano, estos dos eran sus colores favoritos, algo que se ve también en su jardín. Claude Monet convirtió el terreno junto a su vivienda en un cuadro al jugar con los colores, la temporada de floración o las formas de las plantas para manejar a su antojo la luz. En primavera, las capuchinas cren "manchas de color", sobre todo de amarillo y naranja, mientras que en otoño las dalias blancas y rojas componen "líneas monocromas", pasando por un junio salpicado de azules.

En la cocina también tenía una receta propia: las setas con aceite de oliva.

Mercedes Álvarez
EFE

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