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jueves, 23 de septiembre de 2010

Exministro Fuerzas Armadas Dominicanas valora a Colombia




De regreso a Colombia
¡Oh gloria inmarcesible o júbilo inmortal! Después de treinta años he regresado a Colombia. Bogotá crecida, late a los pies del Monserrate con el mismo encanto proverbial de siempre. Bogotá que huele a Bogotá, fruta fresca y arepa, recuerdos fascinantes.

Se presiente en el frío aliento del valle cordillerano el presentimiento de todas las flores circundantes.

El agua de panela y el tinto hacen posible que la madrugada se abra paso entre el despertar de menudas mujeres hermosas, hombres laboriosos, niñas y niños, mejillas sonrojadas por el clima, poetas, pintores, artistas, músicos, artesanos y soldados, todo sin el arisco rostro de las altas ciudades encumbradas.

El doloroso parto de la paz. La vida que late custodiada por ilustres sombras memorables: El libertador, Nariño, Córdova, Santander, litigando inmortalidades bizarras, donde las armas y las leyes sudan a pesar del frío, las viejas glorias de otros tiempos.

“De Apure al Bárbula, de Boyacá al Pichincha”. El momento supremo en el “puente aquel” en que Bolívar, mirada de fuego, le ordena con acento caraqueño a Rondón que: “Salve usted la Patria”, y todo eso ahí, macerado, consumado y suspendido en las hondas telúricas del ejemplo, para que el pueblo: cumbias y ballenatos, aguardientes y “vainas” repetidas, lo sigan haciendo posible. “Porque las armas le dieron su independencia, carajo, y solo las leyes le darán la libertad”.

“Viva Colombia bella y enlutada”, mas de cincuenta años de guerra interna, la maldita plaga del narcotráfico, la inseguridad, la delincuencia, el terror, la pobreza, la mala imagen, los “jodidos” secuestros.

La entereza toda de un pueblo hermano, dispuesto a cambiar el curso pesaroso de la historia, cumplir los destinos de la democracia.

Ahí está la enseñanza. Pasar del infierno al progreso, por obra y gracia de las leyes y las armas. La cruz y la espada, como fue antes y después, hasta el fin.

La cruz elevada propiciando el trabajo.

El “divino niño”, la catedral de sal, la memoria del oro y el dorado, la bella paciencia de la esmeralda. Puma y cóndor, los viejos ídolos. La omnipresencia histórica y melancólica de la “chicha” vigilando las promesas del sueño perpetrado en la esperanza, el sol eterno en su viaje sagrado.

Colombia se levanta poco a poco de sus miserias. La paz y el progreso se abren paso, se extienden en una seguridad que se palpa en la confianza en el futuro de toda la población.

Desde que fui Lancero “honor que cuesta”, comprendí que la solución no era solo militar. La paz no se consolidaría sobre el silencio elocuente de los soldados muertos.

Las guerras civiles no las gana nadie, las pierde el pueblo. La férrea voluntad militar: “Lealtad, Valor, Sacrificio”, tiene que conjugarse como ha pasado, con la voluntad libérrima del pueblo.

El secreto está no en mendigar la paz, sino construirla juntos, sudarla en una nueva realidad política que demanda unidad nacional por y para la paz.

“Seguridad democrática”, eso mismo, o como se llame, más allá de los partidos, los “slogan”, las consignas y las propagandas, al fin y al cabo lo que quiere ese pueblo es paz, hastiado del horror de las ancianas disputas.

Una política integral que involucra una acción de gobierno legítimo, con amplio apoyo popular demostrado en las elecciones, marco donde se han aprendido errores, no para lamentarse, sino para cambiar.

La democracia es el fruto de las mayorías, de eso se trata, de lo que quieren los más, sin vencidos ni vencedores.

Justicia social, deseo de vivir en paz, eso es todo lo que queda de los yerros más allá de las ideologías gastadas.

La partidocracia caduca con los vetustos resabios de “esas ideas abstractas sedientas de sangre”, los ecos de las detonaciones.

El progreso material se palpa. Cifras claras. En el horizonte las mejores perspectivas. En la última década el turismo se ha disparado en la medida que se consolida la seguridad y se multiplica la producción.

La democracia imperfecta solo se cura con más democracia. La democracia sin pan es una flor que nace de un sepulcro. Colombia sin “verraqueras”, cuando cesen los disparos, ganará su verdadera guerra. Reconciliación nacional sin traumas, que la gran Colombia se merece para regresar con Carlos Vives y todos los demás de “la tierra del olvido”.

José Miguel Soto Jiménez
DOMINICANEANDO
Listín Diario
http://listin.com.do/puntos-de-vista/2010/9/22/159910/De-regreso-a-Colombia

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