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lunes, 5 de septiembre de 2011

Anécdotas: Ejército vs. Marina de Guerra


A UNA BROMA PESADA, OTRA MÁS PESADA
Durante la Segunda Guerra Mundial varios oficiales de la Armada (Marina de Guerra) norteamericana que visitaban un aeródromo del Ejército aceptaron de muy buena gana la invitación que les hicieron para llevarlos, como pasajeros, en un aeroplano.
Durante el vuelo, los militares cuidaron de obsequiar a los marinos con toda clase de demostraciones de destreza. El avión rizó el rizo, voló en picada, se dejó caer en barrena, en fin, apenas hubo suerte o voltereta que no ejecutase. Cuando volvió al cabo a tierra, los oficiales de la Armada, aunque algo pálidos y un tantico mareados, se manifestaron muy agradecidos a sus compañeros del Ejército, a los cuales invitaron a que fueran a visitarlos al apostadero (Apostadero significa el establecimiento temporal de un número cualquiera de buques de guerra en un paraje determinado para algún fin que suele ser la seguridad y defensa de un fuerte o territorio amenazado, la protección del comercio o de los propios súbditos en país extranjero, el auxilio de la marina nacional en latitudes muy remotas, etc.
Esta palabra proviene de la de puesto, como las de apostarse por colocarse en observacion y apostar, en el sentido de colocar alguna fuerza con el mismo fin. Y aunque por este motivo la voz apostadero pudiera extender sus acepciones a cualesquier asuntos sociales, el uso la ha limitado a los de marina), donde verían, entre otras cosas, cómo funcionaba un submarino.

A bordo de éste, los que habían aceptado la invitación oyeron las voces de mando que ordenaban la maniobra para sumergirse. En seguida, cerradas ya las escotillas herméticamente, cada hombre corrió a ocupar su puesto, en tanto que los oficiales de la Armada les iban explicando a sus invitados el objeto de las diferentes operaciones que veían ejecutar a la dotación. No tardaron en percatarse los visitantes de que había un punto al cual convergían todas las miradas, con evidente interés y hasta con cierta inquietud. Era éste el círculo en que giraba la aguja que iba señalando la profundidad a que navegaba el submarino. Y no faltaba razón para que la observasen de esa manera , pues dicha aguja, en vez de detenerse cuando marcó 40 pies (12.19 metros), que era el señalado como seguro, continuó girando hasta marcar 60 pies (18.29 metros), 80 pies (24.38 metros) y, por último, 150 pies (45.72 metros).

«Aunque estos submarinos están construidos para bajar hasta 200 pies (60.96 metros), es muy probable que puedan llegar a una profundidad de 300 pies (91.44 metros)» les dijo a los militares el Comandante. Pero cuando la aguja  llegaba a 200 pies (60.96 metros) , se oyó sonar la señal de alarma. Acto seguido procedieron a cerrar los compartimientos, se apagaron todas las luces y reinó la oscuridad más completa. Una vez que las lámparas de emergencia iluminaron ésta con fantástica y tenue claridad, repartieron entre los militares máscaras  de respiración artificial, dándoles al mismo tiempo instrucciones acerca del modo de usarlas. Todo esto con prisa, que a la verdad, no era tranquilizadora. Menos lo fue todavía ver que la aguja marcaba ya 260 pies de profundidad (79.25 metros). Era evidente que el submarino corría peligro. Pero afortunadamente, en vez de continuar moviéndose, esa aguja quedó ahora inmóvil; y empezó luego, aunque con lentitud desesperante, a girar en sentido contrario. Los ojos de los militares estaban como clavados en ella. Por fin, la aguja indicó que el submarino había vuelto a la superficie. Abiertas las escotillas, los visitantes no perdieron un segundo en salir. Y aquí su asombro: el submarino estaba atracado al muelle del apostadero, igualito a cuando entraron. De hecho, no se había apartado de allí ni por un instante.


Marihal / Desde La República Dominicana
Kendall Baning en The Fleet Today (Funk and Wagnals)
1946

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