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martes, 26 de junio de 2012

Mandatarios democráticos devenidos en tiranos



Del poder prolongado
El problema de permanecer por mucho tiempo en el poder es que te acostumbras a la certeza. Cuando les es dable controlar el tiempo de los demás, los gobernantes llegan a convencerse de que todas las instancias vigentes carecen de derecho propio. De ahí que un hombre de Estado degenere en tirano, sin importar lo liberal y demócrata que haya sido en el inicio. “Sabemos lo que somos, pero no en lo que podemos convertirnos”, es una frase de Shakespeare que explica este cambio de comportamiento.

Los riesgos se presentan, sin embargo, al momento de salir del poder y dejar de ser el centro de atención. “Cuando no se destacan claramente del resto, son destruidos”,  observa el poeta W. H. Auden. Creada así la necesidad, arraigada pasados los años, de controlar el momento. Cuando esto no ocurre, el mandatario se siente acabado, cual árbol caído, vencido por quien lo sustituye, aún cuando se trate de un padre o hermano. Es la lógica del dominio absoluto.

Trujillo lo tuvo muy claro. Moduló una estructura de poder en que falsificó la alternabilidad y repartió las cuotas secundarias disponibles, unas evidentemente controladas, y otras con cierta autonomía.  Las primeras estaban en manos de quienes entendían los alcances y dependencia de sus posiciones. O las compartían.  Los tres poderes del Estado respondían –además de  los añadidos o fácticos-, respondían a este cuerpo  agigantado, vertebrado por  el mando omnímodo  e incuestionable del Jefe. No hay formas alternas, compatibles con la dictadura.

Se sostienen estos tiranos a base de propuestas simples, un tanto maniqueístas,  en que asumen como bueno y valido todo lo que sale de su administración. Igual, el proceder de cada ciudadano es parte de su patrimonio. “Mis mejores amigos son los hombres de trabajo”. ¡Bien por ti! Para ellos,  el éxito corresponde solamente a quienes representan el progreso histórico. Estar excluidos de esta propuesta, aun cuando sea por breve tiempo, resulta demoledor para  tirano consumado. Los términos medios no encajan en su proyecto. Ser o no ser, de eso se trata. Si no están adentro, están afuera, expuestos a las inclemencias del mal tiempo, y esas no son cosas que pueda soportar ni dignas de un tirano.

Para ser parte de este juego, claramente marcado en el discurso y en la práctica, es necesario entender y aceptar las reglas.  De lo contrario, debe diferenciarse, definiendo las nuevas normas. Donde comienzan unas, terminan las otras. Mezclar unas y otras resulta en una forma de promiscuidad, incomprensible e inaceptable en todo orden político, sobre todo si trata de la configuración de las fuerzas que deben prevalecer.

 La historia no registra casos en que un mandatario democrático devenido en tirano haya abdicado del poder acumulado. El temor a ser desplazado o destruido lo lleva a crear las condiciones para decidir quiénes le van suceder en el cargo, con lo cual prologa su inmunidad y su memoria histórica.  Más aún si se proponen recuperar el trono.
Eduardo Álvarez (cenitcorp@gmail.com)
El Nacional
http://elnacional.com.do/opiniones/2012/6/26/125949/Del-poder-prolongado

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