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miércoles, 5 de junio de 2013

La insultante logorrea cardenalicia parece hibernar a las puertas del verano

     Nicolás De Jesús Cardenal López Rodríguez. Foto: Acento.com.do

El inicuo silencio de la Iglesia católica
Quizá no haya mejor manera de describir el significado personal y social del abuso sexual de los niños de Juncalito que se imputa al sacerdote católico Alberto Gil, que la frase de la maestra que decidió valientemente no guardar silencio: “sembró el maíz para luego cortar la espiga”.

En una comunidad fervientemente católica, según dicen los afectados, el sacerdote pederasta sembró el maíz de la confianza y cuando estuvo listo, cortó la inocencia de un grupo de jovencitos a quienes convencía, posiblemente sin mucho esfuerzo, de que nada podría su débil palabra contra la suya. Él representa el poder que ellos, con sus eventuales denuncias, nunca podrían mellar.

 La insultante logorrea cardenalicia, por ejemplo, parece hibernar a las puertas del verano. Al fin y al cabo, el cura de Juncalito acusado de pederastia es uno de ellos, y ya lo dice el refrán: entre bomberos no se pisan la manguera.

Lo trascendido describe un drama desgarrador. Y sin embargo, la Iglesia católica ha guardado un ominoso silencio. Los truenos y centellas, el adjetivo insultante, la descalificación social y moral parecen estar reservados para los otros que disienten de su omnipotencia política, no para los canallas propios.

Pero no solo la Iglesia Católica ha callado cómplice con el pederasta de crucifijo y sotana. En otro país, uno cualquiera de  esos en los que los derechos fundamentales son sagrados y los abusos del poder de cualquier laya no pasan nunca desapercibidos, lo denunciado en la pobre comunidad de Juncalito hubiera creado una conmoción social. No aquí, donde una llamada por teléfono hace desaparecer noticias de los medios o impide que lleguen a publicarse.

Se espera, sin embargo y casi seguro absurdamente, que en lugar de ampararse en complicidades infames, la Iglesia católica dominicana haga  saber a su feligresía y a la sociedad ofendida, que la indigna y escuece el abuso denunciado. Que la ruboriza y encuentra aberrante que en la habitación de Gil en la casa parroquial, los miembros del Ministerio Público que la allanaron encontraran evidencias de prácticas sexuales que riñen con el voto de castidad. Que la estremece pensar que un grupo de preadolescentes haya sido emocional y psicológicamente castrado por un cura al que creían representante de Dios en su empobrecida comunidad.

Nada de eso ha ocurrido. La insultante logorrea cardenalicia, por ejemplo, parece hibernar a las puertas del verano. Al fin y al cabo, el cura de Juncalito acusado de pederastia es uno de ellos, y ya lo dice el refrán: entre bomberos no se pisan la manguera.


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Foto: Acento.com.do

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