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lunes, 10 de febrero de 2014

Un regalo envenenado


Lecciones de delincuencia desde el poder
Las lecciones de cómo ser delincuente y cometer delitos sin ser castigado las recibimos observando el comportamiento de organismos nacionales, especialmente del Estado. Líderes en el poder, han prostituido la nación. La corrupción está institucionalizada. La mafia organizada, desde las alturas, tiene múltiples formas de actuar, inyectar el veneno y contagiar. Enseñan cómo robar en grandes proporciones, ofrecen estrategias, técnicas y como cerrar vías, para que no pase nada. Veamos.

Los actos delictivos del Gobierno se inician en la campaña política, conceptualizando. Le piden al pueblo dinero por adelantado, esto es, su voto a cambio de combatir los males sociales y ayudar los pobres. Pero cuando llegan al poder, le dan la espalda. El contrato lo tiran a la basura. Saquean la población, le roban el dinero y luego su dignidad.

Los bienes del pueblo, los invierten en resolver sus problemas personales, compran lujosos apartamentos, mansiones, establecen negocios, fundaciones. Dan lecciones de traición, de delincuencia. Lo peor es que a los pobres engañados, con hambre y desamparados, los obligan a buscar mecanismos ilícitos para sobrevivir. Ni siquiera le proporcionan fuentes de trabajo. Solo limosnas con tarjetitas. Las lecciones de la delincuencia y sus efectos están por todas partes, en los altos y bajos niveles se han desbordado. No hay seguridad dentro ni fuera del hogar. La calle es sinónimo de peligro.

El doctorado en delincuencia lo ofrecen los poderosos cuando enseñan a blindarse. Esto es, organizar el Estado para protegerse, a fin de que no puedan llevarlos a la cárcel. Ese tipo de enseñanza resulta más doloroso cuando procede de quienes se creían diferentes, confiables.

Las iglesias también prevarican. Basta que sus altos jerarcas, cardenales, obispos, sacerdotes, pastores, evangélicos, etc., por razones mercantiles y personales, se confabulen con poderosos y retuerzan los principios cívicos y cristianos para contribuir en los planes de despojar los infelices de sus bienes y derechos.

Los padres de familia, que olvidan sembrar valores positivos en los hijos y se concentran en lo material, empujan a la delincuencia. Deben ocuparse de blindarles el alma, para ver si logran que el fango de la sociedad no los contamine. El caso se agrava cuando no hay parámetros ejemplares y los medios de comunicación responden al mejor postor.

Al igual que narcotraficantes, tenemos empresarios, comerciantes y administradores de servicios que se aprovechan de la actitud permisiva, de la flexibilidad del sistema, para obtener grandes fortunas con productos dañinos o de poca calidad y sobrevaluados. Dan lecciones de cómo atracar la población y sacarle recursos millonarios y no pasa nada.

Duele que el país tuviera un hoyo fiscal de 200,000 mil millones de pesos y no se dijera donde usaron ese dinero. Pusieron al pueblo a taparlo con más impuestos. ¡Qué rabia! Deben castigar esos robos. ¿Quién lo hará? Estos males desde el poder, que sutilmente penetran, son peores que los más escandalosos de particulares. Los que encubren esas fuentes de corrupción son cómplices. Atacan con mucha publicidad la delincuencia del patio, pero no la del poder. ¡Qué asco!

Llueven las exigencias en los agentes policiales. Ellos no son responsables del desborde de los males. No pueden actuar en las raíces ni cambiar las estructuras ni la mentalidad de sus jefes. Actúan en las ramitas, siguiendo directrices. Son víctimas, los prostituyen.

Es cierto que procede depurarlas, mejorarles el sueldo, proporcionarles tecnología, se lo merecen porque arriesgan sus vidas, pero no como solución definitiva a estos problemas. Las causas son profundas. Es cuestión de sacar del escenario a los que, desde las alturas y sin ningún pudor, dan teorías y prácticas de delincuencia. Más que en la Policía, debemos poner atención en la justicia. ¡Liberarla para que actúe con objetividad! También en los administradores de los bienes del pueblo, encargados de auditoria, ética, etc. Por Dios, no nos quedemos observando la elegancia de la envoltura, miremos el contenido del regalo, ¡Esta envenenado!

Venecia Joaquín
Z - 101 Digital
http://www.z101digital.com/app/article.aspx?id=118928

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