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miércoles, 4 de marzo de 2015

Complicidad con los oscuros sótanos del narcotráfico?


Los costosos delirios de Leonel Fernández
La megalomanía narcisista es una enfermedad profesional usual en los políticos exitosos. Los aplausos motivan y las alabanzas de los lambones confunden. Pero mientras los delirios se mantienen en un marco controlable, sin retar al rudo mundo real, es un mal pasable. Producen, eso sí, ridiculeces y desplantes, que hemos convenido en considerar gajes del oficio.

El asunto se complica cuando los afectados suben los tonos de los delirios y comienzan a actuar en función de ellos y en consonancia con la manera como ellos mismos se imaginan. Y un indicador irrebatible de esta eclosión delirante ocurre cuando las personas comienzan a parangonarse con los dioses y con las figuras de grandezas consagradas.

Fue el caso de Trujillo, un cuatrero tan astuto como poco ilustrado, que no vio mejor oportunidad de irse colocando al lado de Dios, primero detrás, luego delante, y luego por encima, solito. Y es el lamentable caso de Leonel Fernández.

Leonel Fernández arrastra consigo el trauma de una producción intelectual, para decirlo de alguna manera, poco atractiva. Su obra publicada –desde sus primeros estudios antimperialistas hasta los actuales panegíricos globalifílicos- es parca en ideas propias, si alguna. Por eso necesita urgentemente cabildear títulos de doctorados honoris causas (no tiene ningún doctorado real, salvo la licenciatura en derecho con esa denominación) y buscarse contactos académicos. Y también por eso  ha requerido FUNGLODE, un lugar donde regularmente reúne públicos cautivos y poco entendidos a los que aturde con discursos sobre la crisis del pensamiento y la advertencia admonitoria de que es necesario superar a Keynes, a Marx y a cuanto le ha antecedido.

Todo eso ha costado mucho dinero y sospecho que no solo a Quirino, sino al Estado, lo cual merece una investigación que no comienza. Como también han costado todos sus desvaríos megalomaníacos, sea  tratando de resolver el conflicto árabe-israelí, metiendo el hocico en el conflicto colombiano sin que nadie lo invitara y dando charlas insulsas en cuanto foro se le ofrece, en la Habana y en Viena.

Pero puede costar mucho más en el futuro, porque creo sinceramente que el expresidente Fernández no solamente padece de una arrogancia hiriente –aun lo recuerdo cuando llamaba premodernos a todos los que defendíamos la meta del 4% para la educación, y a sus críticos como seres sin capacidad para conceptualizar- sino que está pasando a una fase delirante muy peligrosa.

Hace tres años, se comparó a si mismo con Aníbal, el mítico general cartaginés que sembró el espanto de los romanos en la II Guerra Púnica. Y ahora nos sale escribiendo un relato en evidente respuesta a los alegatos de Quirino, y en el que ocurre una transfiguración simbiótica entre Leonel y nada más y nada menos que Buda.

Lo imagino sentado en su oficina, imaginándose a sí mismo como describía a Buda: “ …venerado, honrado y reverenciado. Por dondequiera que iba, era recibido con gran distinción, y se cuenta que grandes multitudes se agolpaban a su paso y sembraban su camino de flores”.  Y luego recreándose en su resurgimiento, tal y como hizo Buda, venciendo difamaciones y sicarios.

Y si se tratara simplemente de su salud mental, no creo que haya problemas. El problema está en que las sociedades pagan muy caro a los megalómanos delirantes y narcisistas. Más aún cuando sobre ellos pesan acusaciones –hasta el momento ni rebatidas, ni investigadas- sobre muchas cosas, incluyendo la complicidad con los oscuros sótanos del narcotráfico.

Haroldo Dilla Alfonso
Solo una idea
7 Días

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