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jueves, 16 de abril de 2015

Te dije que anjá!


Fulgurazos

UNO

Leonel Fernández regresa a “salvarnos”. Lo sentí el domingo pasado, mirándolo hablar en el mitin que le organizaron sus conmilitones. Está descascarado, pero quiere regresar a “salvarnos”. Es como un ser alado que viene a levantarnos, y que cuando las cosas se ponen graves, simula reemplazar la política por la nación. Él se cree la Patria. El rostro elevado hacia una luz sobrenatural que lo aspira, lo transporta a las regiones de una humanidad superior. Se sueña a sí mismo porque las masas lo aplauden “enternecidas”. Finge estar por encima de todas las degradaciones que vivimos a diario: la corrupción, la injusticia social, el hambre, la miseria moral que nos agota, la prostitución de la justicia. Y, como si no tuviera nada que ver con eso, viene a “salvarnos”.

Mientras bailaba con Johnny Ventura (un hombre agradecido), tuve la sensación de cogerle pena. Ni él mismo se reconocería. Doblándose como un “frente de combo”, perdiéndose en los bufidos de un cantante que perdió la voz, zambulléndose en las procelosas aguas de la simulación de la alegría, se le notaban las rajaduras del descascarado. Los rasgos distintivos del simulador, que sobreindican la intención de “salvarnos”, en el espesor mismo de la mentira.

DOS

Durmiendo en las habitaciones del Palacio presidencial, las noches de Trujillo eran inocentes y reparadoras. Algún desesperado, presa del remordimiento o de la envidia, podía maldecir su nombre, en el frío lánguido de las madrugadas. Pero él sabía que esta apropiación del mundo era deslumbrante, y que sus botas equivalían a todos los sueños, a todas las quimeras que ese borracho que lo maldecía había soñado. Sus noches eran, por lo tanto, inocentes y reparadoras. Viajero, seductor, marrullero del alma; el poder solo depara esas noches felices, embriagantes.

TRES

Cuidadosamente cifrada, hundida en el existir borrascoso del poder, la insólita memoria de la violencia política marca la historia dominicana. Exhibiendo sus penachos altivos, los dictadores, los autoritarios, son los grandes triunfadores de nuestro espacio en la vida republicana. En su virtud mitológica, el poder empuja al autoritarismo cuando seduce a su propia ambición a creerse portadora de un “destino”, de un mesianismo, según el cual, en un desgarramiento, es solo la figura del iluminado la que podría desterrar un porvenir incierto. ¿Ese Leonel Fernández descascarado, que se mueve penosamente en un escenario de partidarios, posee algún ideal, lo mueven algunos principios, encarna alguna virtud nueva que pueda sanamente estremecerlo? ¿No es el mismo hombre del déficit fiscal más desproporcionado de la historia contemporánea, el mismo sujeto que nos ha gobernado doce años, ocho de ellos continuos? ¿No es la corrupción desencadenada el cemento invisible de su liderazgo? ¿La pantomima de justicia que nos abate, no es su construcción, su sombrilla legitimadora?

Los dominicanos hemos vivido bajo la subordinación social que el autoritarismo ha impuesto, y ello ha originado muchas dificultades para que la democracia funcione. Es la miseria moral y material, el duro fardo de la pobreza y la ignorancia, el fétido aire de la corrupción; lo que permite que ciertos personajes se reciclen.

CUATRO

Cuando arrancó a bailar con Johnny Ventura (un hombre agradecido), pensé en todas las diabluras que hay que hacer para llegar al poder. La gente quiere el poder para extasiarse en la indefensión del otro, para anular la molestia del interlocutor. El portero de la oficina pública vive su cuota de poder dolorosamente dividido contra sí mismo, pero jode al que reclama un servicio. El policía raso se mortifica por su insignificancia ante el superior haciéndose un verdugo con los civiles. El Jefe de oficina que tiembla ante el Ministro, se consume en la falsedad de una simbólica arbitraria que lo hace sentir poderoso. Y el Ministro es casi un Dios, sublimado en la ilusión eufórica que le depara su poder real, sabiendo que nadie le pedirá cuenta. Esa es la cuesta de Sísifo de un país que superó la dictadura y el unipartidismo de Trujillo, pero que no ha podido rebasar el personalismo, ni sustituir los múltiples proyectos individualistas, por un proyecto social.

Johnny Ventura (un hombre agradecido) mueve los brazos como si remara, al ritmo de la música; Leonel lo imita bailando también. Tengo pena de un país tan teatral, tan escenográfico. ¡Te dije que Anjá!


Andrés Luciano Mateo
Hoy

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