Terminé de leer el libro de Chantal del Sol sobre el populismo, titulado “Populismos, una defensa de lo indefendible”, verdadera aventura intelectual en un texto de actualidad escrito por una pensadora francesa sobresaliente. Todos los que hacemos crónica de la práctica política dominicana vamos a tener que volver a leer sobre el populismo, porque cada vez más, el presidente Danilo Medina, asume los estereotipos del populismo. Y doy un ejemplo de apenas ayer: Tan pronto la prensa reprodujo en el país las declaraciones de Gilberto Silva sobre el financiamiento de Odebrecht de su candidatura presidencial, el presidente se fue al sector La Ciénaga de la capital a anunciar el proyecto habitacional para los moradores de ese sector. Sonsacaba al necesitado con los fondos públicos, prometía viviendas para todos hablando en un plano personal, el adulador de las masas, el que frente a un conglomerado depauperado oponía el “bienestar” al bien común, fraguaba la felicidad de una comunidad abatida por la miseria filtrándola como algo atribuible a su don de ser un aliento sobrenatural, encandilaba el sueño de un hogar propio, y era su redentor, su Dios. Danilo Medina se ha convertido en un populista que arrastra todo lo negativo que la palabra tomó a principio del siglo XXI, porque hace al menos un siglo el populismo no era un término negativo, equivalente al demagogo vulgar que es hoy.
Todo ese espectáculo populista coincidió “extrañamente” con la divulgación de que a través de su Asesor de Comunicaciones, João Santana, la empresa brasileña ODEBRECHT le había financiado su campaña reeleccionista. Cinco países, a través del asesor de Danilo Medina, recibieron dinero para las estrategias de la toma del poder. La ascensión al poder de los proyectos políticos financiados por ODEBRECHT garantizaba la obtención de los contratos de construcción, características propias del modelo brasileño de corrupción que expandió en tres continentes el posicionamiento en el mercado de las empresas constructoras de ese país. En el mismo momento que abría sus brazos en La Ciénaga, Danilo Medina reproducía la imagen peligrosa del populista que huía de la acusación de corrupción que viniendo desde afuera le estallaba en los pies; y le hablaba a los “numerosos”, que para el populista “están privados de la razón” y “carecen de visión de conjunto para conceptualizar y querer el bien común”. Chantal del Sol dice: “Lo propio del demagogo es complacer en el instante, pretendiendo que todo es fácil y que se puede obtener cualquier cosa, y disimulando las dificultades y los esfuerzos esenciales”. Esa es la esencia de la demagogia. Danilo Medina en una “visita sorpresa” a La Ciénaga complace en el instante, y a través de él se puede obtener cualquier cosa. Subido en los patines del populismo, intenta eludir la avalancha de ODEBRECHT que viene de afuera, cuyo gobierno aposentó a una de sus figuras más cabalmente siniestra: João Santana, correa de transmisión del dinero destinado a la subvención de una campaña que, por demás, en su caso; contó con todo el presupuesto de la nación, porque para la continuidad de Danilo Medina en el poder el presupuesto público fue saqueado.
ODEBRECHT no es “un caso de corrupción”, al menos en la República Dominicana devela “un sistema”, un hito desproporcionado de la concepción patrimonial del Estado. En esta misma columna, el 6 de enero del presente año, llamé a este hecho “Un punto de inflexión”, porque su incidencia dejó al desnudo una práctica brutal de apropiación de la riqueza pública. Es como un espejo en el cual se refleja esa perversidad de la historia que se reproduce una y otra vez sin ninguna consecuencia real para sus actores. No importa que Danilo Medina se vista de redentor, y se enmascare en el populismo. Debemos demostrarle al país que lo que se roba la corrupción en su gobierno es muy superior a sus gestos de magnificencia que pone en movimiento para erigirse el pedestal de un Dios. Hay que empujarlo a asumir la responsabilidad de haber permitido que João Santana y ODEBRECHT entraran como “perro por su casa” en nuestro país; porque está bueno ya de que la impunidad sea un signo distintivo de nuestra convivencia. Somos un país a la deriva, un populista manipulador no se puede salir con la suya frente a un pueblo erguido.
Andrés Luciano Mateo
Hoy
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