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jueves, 25 de mayo de 2017

Por más titulares que le den no convocan ni provocan; definitivamente hastían


“Coño, soy comunista... ¿y qué?”
La construcción de nuevas conciencias a partir de la democratización de la opinión gracias a las redes sociales y al acceso a la información ha revelado una nueva dinámica en el debate público. Los dueños de la verdad han visto perder su dominio, y las autoridades del pensamiento su influencia. El dominicano ha madurado a golpe de agravios y exclusiones. Aquella sumisión ha cedido a una actitud más contestataria. El debate nacional tiene ahora nuevas dimensiones, contenidos e interlocutores.

En el pasado la información era vertical: en el vértice estaban los centros de poder y en la base los consumidores pasivos de la información social. Antes, los medios tradicionales decidían qué era noticia, un “producto” que ya venía procesado; ahora la información es horizontal; cada quien la produce de forma relevante desde las propias redes sociales, en las cuales los medios son unos usuarios más.

Durante cuatro décadas esta era la predecible historia dominicana: La agenda la imponían los intereses del status quo. El guión se repartía entre los medios, el gobierno y contados burós empresariales. La legitimación estaba en manos del clero y unos “expertos” solventados por el mismo núcleo empresarial, quienes además de avalar académicamente “las verdades”, las envasaban, para su consumo masivo, en unos clichés repetidos hasta la imbecilidad. No había manera de invalidarlos considerando que sus artífices encarnaban la divina representación del consenso social. Cuando las presiones de la base excluida se recrudecían, esos ejercicios se trasladaban entonces a las tablas pontificias para montar, con el mismo reparto, unos pesados musicales llamados “Diálogos Tripartitos”, basados en guiones estandarizados. El efecto era socialmente somnífero.

Alguien podía preguntarse, a la altura de este párrafo, por qué escribo en pretérito si el cuadro antes descrito mantiene toda su vigencia. Sí, ciertamente se conservan los mismos repartos, pero el guión ha cambiado. Ya no es la verdad de todos, es la verdad de “ellos”. No solo sus conceptos se han relativizado, hay otra capacidad para discernir los intereses subyacentes. La médula crítica de la conciencia social ha expandido sus dominios. El razonamiento social ha elevado su perspectiva. Ya las ideas que nutren el juicio público no son asimiladas por simple porosidad, sumisión o mimetismo, hay gente nueva pensando diferente. Mentes formadas, estructuradas y sensibilizadas están comprendiendo que no pueden agotar sus vidas bajo paradigmas fallidos en una sociedad que no avanza ni retribuye razonablemente sus inversiones existenciales.

En las generaciones emergentes se están revelando nuevas visiones y talentos que solo esperan el espacio para aportar o arrebatar, si fuere necesario. Veo emerger a una nueva conciencia social audaz, frontal y emprendedora que busca formas legítimas para articularse. Los pequeños dioses que durante casi medio siglo han mantenido el protagonismo social, político e histórico tienen sus días contados; algunos esperarán, como siempre, que la muerte los saque del escenario, pero la mayoría ha perdido autoridad referencial. Por más titulares que le dé la prensa tradicional, ya no convocan ni provocan; definitivamente hastían.

Una de las armas del sistema para reciclarse es el rescate, por parte de sus opinantes oficiales, de los estereotipos para invalidar los nuevos juicios y visiones. Como hasta hace poco vivíamos en un mundillo unipolar de opinión pública no había disensión relevante sobre sus contenidos. Esa realidad ha cambiado y hoy abundan focos de contestación con niveles meritorios de conceptualización. El sistema, amenazado, empieza a defenderse y su cortesanía intelectual lanza desde sus trincheras descréditos envueltos en estereotipos de papel. Los que no profesan su fe, que supone comulgar con los sagrados intereses del establishment, son tachados con la marca de la bestia apocalíptica. Los estigmas ideológicos de ayer, con nuevas etiquetas, vuelven a aparecer y es así que los “comunistas” de décadas perdidas son los “populistas” de hoy; los que defienden derechos sociales o militan en causas colectivas son “fundamentalistas”; la opinión que no respeta los protocolos ni reverencia a los iconos es “amarillista” y el que piensa sin cobijos es visto con ojeriza.

La lógica de los estereotipos es perceptiva y de categorización, pero de forma falsa e inexacta. Se manipula para que su víctima se asocie con la percepción prefabricada y, sin considerar el valor de su idea, sacarla del debate. Cuando a tales tachas se le suman valoraciones personales de descalificación, entonces lo que queda es un residuo fecal del sistema. Si los estereotipos fueran resultado de elaboraciones conceptuales racionales ¡bienvenidos!, pero no; en nuestro caso suelen ser fórmulas peyorativas que nacen de los prejuicios y la intolerancia de una cultura autocrática.

Recuerdo una crónica anecdótica que me narrara mi tío, ya fallecido, Danilo Taveras, uno de los mejores dramaturgos dominicanos. Siendo un antitrujillista furibundo fue llevado a “La Cuarenta”. Al momento de ser torturado debía confesarse comunista. Mi tío, obstinado como un mulo, gritaba a todo pulmón que no lo era. Cuando el magullamiento de los testículos era insufrible, el dolor entonces habló: “coño, soy comunista ¿y qué?”; a partir de esa declaración empezó la verdadera tortura. El relato lo traigo a la memoria para recrearlo en nuestro contexto. Aceptar o no los estereotipos, es indiferente porque si no lo eres sufres las mismas consecuencias que si lo fueras.

El fenómeno que se está dando hoy es que la participación ciudadana emerge de abajo hacia arriba como respuesta a las necesidades de sus propios espacios. Vivimos una intensa horizontalidad de la acción colectiva. Una muestra de esa transformación es la forma cómo la movilidad de las comunidades de base se articula y organiza espontáneamente con liderazgos locales que promueven la inserción de la gente en la solución de sus propios problemas.

Creo más que nunca en el diálogo social de abajo hacia arriba; precisamos de nuevas ingenierías en concertaciones sociales. El modelo de diálogo vertical y de cúpulas (gobierno-burós empresariales-“sindicalistas”, con el arbitraje clerical de siempre) debe ser sustituido por formas más creativas y horizontales de consulta popular; es tiempo de construir una democracia menos representativa y más participativa.


José Luis Taveras
En Directo
Diario Libre

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