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jueves, 15 de julio de 2010

Leonel y el destino*



Balaguer desvirgó sin piedad el proyecto moral de los peledeístas, y convirtió la desmemoria en razonable, arrojando al limbo de las conveniencias todo juicio moral que reinventara el país. Desde entonces, el que se encarama en el poder se cree predestinado, se proclama instrumento del destino, y esos fueguitos líricos que le inflaman el pecho espejean el breve instante de sentirse un Dios.

Lo vivimos con Balaguer como un ser absurdamente celestial. Se insinuó en Antonio Guzmán. Trastornó el sueño de Jorge Blanco, y fue la pandereta que le tocó el ridículo tablao de la reelección a Hipólito Mejía.

Ahora Leonel Fernández se declara como un ser nimbado por el destino.

Para los griegos, el destino era más inexorable que la muerte. A la muerte no se le temía, porque era concebida como el tránsito natural de una vida a otra. Pero del destino (La Moira) sí que no se podía escapar. Ni siquiera en los casos que se huía de él se podía uno liberar de sus designios. Quien quiera saber lo que es el destino en la cultura occidental, que lea Edipo Rey, esa obra de Sófocles, en la cual lo predestinado se cumple a pesar de que el personaje marcado por los signos de la tragedia intenta eludirlo desesperadamente. Porque el destino no se construye con marrullerías y engaños.

Pero Leonel Fernández busca su destino, y sabe que su destino es una buena mentira para legitimar la rastrera práctica política dominicana de todos los tiempos. Su destino son los cinco mil millones que se invirtieron del erario para ganar las elecciones de diputados y senadores. Su destino es convertir en canallas a los políticos dominicanos a través del transfuguismo. Su destino es el hecho de que la mortalidad infantil en la República Dominicana creció de 32 a 35 x 1,000 nacidos, en los dos años de construcción del Metro. El destino es el 184% de aumento en los impuestos a la población en lo que va de gobierno.

El destino es su ambición de poder, la pasional aventura de decidir durante años la suerte o la desdicha de muchos otros. Su destino es arroparse en la semidivinidad de sus actos, y prostituir las instituciones con una conducta mágica que le es personalmente atribuida, al denigrar a los pobres entregándoles canastas financiadas con dinero de los contribuyentes como si fuera un despliegue de su bondad personal. El destino es mantener el Estado anómico, culipandiao ante el corrupto militante del partido.

Y es, además, decir una cosa y hacer otra, como en el caso de la educación y la salud, que en el discurso del gobernante son privilegiadas, pero en la ejecución se postergan para invertir en el Metro que ese destino ha colocado por encima de todos los sufrimientos del país.

Ahí está el Destino, Señor.

Andrés Luciano Mateo
Clave Digital
http://www.clavedigital.com/App_Pages/opinion/Firmas.aspx?Id_Articulo=18137
* Este artículo fue publicado el 11 de enero de 2007, en Clave Digital, página 22.

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