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jueves, 16 de octubre de 2014

Las máscaras del carnaval no alcanzan para ocultar el cinismo


Civilización o barbarie (1 y 2)
El tema es tan antiguo como el mismo proceso de “descubrimiento”, conquista y colonización, que acompañó el despliegue de la cultura occidental en el mundo americano. Fue, incluso, la base ideológica del despojo. Y sobrevivió en la cultura, y justificó el resurgimiento de la esclavitud como modo de producción que era un sistema agotado en la sociedad europea. Y permitió la condena de las creencias del “otro”, partiendo de ese binarismo sustancial que enfrentaba la “civilización” a la “barbarie”. Para aplacar las angustias del filisteo, el mundo europeo creó el estereotipo del “otro”, el bárbaro; frente a la sublimización de sí mismo como el “civilizado”, el portador de la luz y los saberes. Fue encaramado en ese presupuesto que el mundo “civilizado” justificó todo el exterminio en América.

Hay una enorme bibliografía sobre este tema que es imposible agotar en esta pequeña serie temática, pero quienes quieran ilustrarse sobre este antiquísimo debate del mundo americano pueden leer a Roberto Fernández Retamar, quizás el tratadista contemporáneo que más profundamente ha agotado el tema. En la Universidad de La Habana yo fui asistente de aula del profesor Retamar, y conozco en profundidad los enormes retos intelectuales que confrontó para tejer minuciosamente esa tupida red de ideas con las cuales desbrozó el camino a la comprensión de ese falso dilema, situándolo en el plano de la falsa conciencia (ideología), necesario para llevar a cabo todo el proyecto colonizador.

Pero tanto en el nivel del debate de lo político, como en la especificidad de la cultura del mundo americano, la formulación conflictiva de la falsa dicotomía entre civilización y barbarie, se hizo dilema intelectual y político con los artículos publicados en el 1845 por Domingo Faustino Sarmiento, en los cuales se pretendía, partiendo de una caracterización de Juan Facundo Quiroga, esculpir un arquetipo del “bárbaro” en la práctica de la política argentina. En realidad, las ideas de Sarmiento apuntaban hacia el dictador Juan Manuel Rosas, quien en esos momentos oprimía a la Argentina. Incluso antes de Sarmiento, el romanticismo argentino había diseñado en la figura de Juan Manuel Rosas al típico personaje político de la barbarie, representado en aquel cuento de Esteban Echeverria titulado “El matadero”. Cuando Sarmiento escribió ese libro tan celebrado, “Facundo”, vivía en Chile su segundo exilio; y fue esa puntillosa descripción de opuestos: civilización contra barbarie, ciudad contra campo, la forma de vida del gaucho contra la forma de habitar las ciudades, el poncho contra el frac, etc; la que estructuraría ese falso dilema que recorrería el continente como ideología, práctica política y debate intelectual.

No existe en América un tema que se haya metamorfoseado tanto en el campo político como ése de la confrontación entre civilización y barbarie. Ni ningún otro que se haya convertido tan extensamente en un tema instrumental para justificar la opresión. Los dictadores de nuestras naciones lo usaron como programa, haciendo ver que estaban habitados por un Dios, y portaban la luz de la civilización. Situar al país ante la disyuntiva de “civilización o barbarie” es como acceder al panteón del viaje, porque es desplegar un humor ofensivo que hace renacer sin cesar en nuestra historia la figura del dictador y del mesías. Lilís fue “el civilizador”, Mon Cáceres pujaba lo moderno como un valor fiduciario de la mano dura, Eladio Victoria “no comía pendejá” con las ciudades, Trujillo era el progreso en acto, y fundió arielismo y hostosianismo para construir la ideología del progreso, Balaguer era “tan lánguido tan leve y tan sublime” con el concepto de civilización, que sus crímenes quedaban justificados sólo por eso. Ahora entramos en una nueva etapa: Leonel Fernández quiere vender su regreso al poder invocando ese falso dilema de “civilización o barbarie” que, como hemos visto, ha cabalgado en la historia americana para encubrir la opresión y el despojo.

Yo sé que Leonel Fernández naufraga como político en el espesor de la palabra que arroja ante el auditorio pretendiendo encantar para volver al poder, y que confunde la vida con la nerviosidad. Pero la realidad no es exactamente equivalente a sus buenos logros verbales, y hacernos creer que él es la civilización y todos los demás la barbarie, es por lo menos creerse que él habita en las regiones de una humanidad superior, y que los demás no tenemos memoria. Ese dilema tiene, además, una particular aventura entre nosotros.

Desde el punto de vista de la cultura el dilema de “civilización o barbarie” quedó liquidado hacia 1928, con el libro de Pedro Henríquez Ureña “Seis ensayos en busca de nuestra expresión”. Este libro hurga críticamente todas las interpretaciones que han pretendido explicar la especificidad del mundo americano, a partir de las mortificaciones teóricas de la llamada generación de 1837, como ya hemos visto en el artículo anterior; y recupera uniendo los despojos de esas teorías, una “otredad” que no es el resultado de la simple suma de sus partes. Antes, José Martí había lapidado el falso dilema, con aquella expresión fulminante de que “En América no hay batalla entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza”.

El falso dilema pasó a la ideología, y a la práctica política. En la República Dominicana tuvo un desenlace sensacional, puesto que matrimonió un pensamiento idealista con otro racionalista. La base de la formación intelectual dominicana desde finales del siglo XIX era el pensamiento de Eugenio María de Hostos. Distanciado por su carácter de todo tipo de especulación ideal, el hostosianismo se convertirá en la única propuesta que encarna un pensamiento de regeneración social completo en la historia dominicana. Desde la plataforma de la moral social que el hostosianismo pregonó, sin embargo; sus encontronazos con la sórdida actividad política y el partidarismo alcanzó la estatura de martirologio. Hostos huyó despavorido, frente a las atrocidades de la dictadura de Lilís. El normalismo hostosiano positivista y su expresión política liberal se replegaron, y en estas condiciones llega a la República Dominicana el libro “Ariel”, de José Enrique Rodó, en el 1901.

Contrario al fundamento racionalista del pensamiento positivista, el arielismo descansaba en la especulación ideal. Pero a partir de la propia frustración positivista, las condiciones no pudieron ser más favorables para que se regara como pólvora el nuevo lenguaje de la renovación que traía la prédica arielista de Rodó. Esos aires envolvieron a todo el mundo. Muchos hostosianos miraron con ojos lánguidos hacia el arielismo. Y lo curioso es que esas andanzas, teñidas por el martirio de la inadaptación entre práctica política e idealidad, culminarán como plataforma ideológica del trujillismo. Porque eso que se llamó “Ideología del progreso”, variable del falso dilema de “Civilización o barbarie”, añadía el componente despótico que el trujillismo acarreaba consigo, y matizaba las desventuras del pensamiento dominicano. Son los pensadores hostosianos y el conglomerado de arielistas pánfilos, quienes armarán el endeble andamiaje de la ideología trujillista, e instrumentalizarán la contraposición entre “civilización y barbarie”.

Es por eso que uno se sorprende de que un hombre como Leonel Fernández nos retrotraiga a una confrontación decimonónica, que era por demás fuegos artificiales de ideólogos del humanismo racista; y ni todas las máscaras del carnaval alcanzan para ocultar el cinismo que envuelve invocar “civilización o barbarie” como una coyuntura de la República Dominicana, en la cual él, Leonel Fernández, personifica la civilización. Trujillo se pintó como la “civilización” en acto, todo su despliegue en la historia esgrimió lo “moderno” para justificar su dominio absoluto del poder. Desde entonces, cada intento de implantación despótica, sin importar la modalidad, se define a sí mismo como lo “civilizado”. ¿Puede un gobernante como Leonel Fernández ser el “civilizado”? ¿Hay en su despliegue como gobernante algo que lo defina como “civilizador”? ¿Es suficiente un Metro, un Presidente viajero que se tongonea con grandes personalidades extranjeras, y consume millones y millones de dólares en su propia promoción en el mundo? ¿Es la “civilización” un gobernante que emplea la corrupción como cemento invisible de su liderazgo? ¿Civilizado es un gobernante que propicia un déficit fiscal descomunal, y deja en la intemperie a su pueblo únicamente para satisfacer su ego, su amor demencial al poder?

Cuando escuché en boca de Leonel Fernández esgrimir este tema, pensé en un estudio de Arthur Schopenhauer sobre la ética kantiana, en el cual el gran pensador alemán dice de manera categórica lo siguiente: “La única base de la moral es la compasión por el sufrimiento de los demás”. Y eso es lo que el “modernizador” no tiene. Sólo su actitud despreciativa hacia su propio pueblo explicaría que, de existir una confrontación semejante, él encarnaría la civilización, y los demás la barbarie.

Ni todas las máscaras del carnaval alcanzan para ocultar el cinismo de refugiarse en ese falso dilema de civilización o barbarie.

Andrés Luciano Mateo
amateo@adm.unapec.edu.do 
Hoy.com.do
http://hoy.com.do/civilizacion-o-barbarie-i/autor/andres-l-mateo/
http://hoy.com.do/civilizacion-o-barbarie-y-ii/autor/andres-l-mateo/

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