Un restaurante en Barcelona. / V. GIMENEZ
¿Nos conviene almorzar fuerte?
En un restaurante al pie de un importante edificio de oficinas de Madrid, los camareros aprestan el local para recibir a los primeros clientes del día. Es la una de la tarde, y en muchos países del mundo el local estaría lleno a esta hora. Detrás de la barra, José comenta las diferencias entre los comensales extranjeros y españoles. “Los del norte de Europa y muchos latinoamericanos no hacen tertulia: llegan a primera hora, picotean, comen un segundo plato, se levantan y se van”, afirma. “Los asiáticos también terminan enseguida y ni siquiera piden postre. Y los españoles comen, toman postre, copa, café, puro, y hay que echarles de la mesa”, termina entre risas.
La hora de comer es uno de los momentos en los que las diferencias culturales son más notables. Mientras que en algunos países un bocadillo de queso y un zumo de naranja son un almuerzo más que razonable, en otros el comensal no se levanta de la mesa hasta terminar con dos platos, postre, y una copa de vino. ¿Por qué? ¿Cuál es la opción adecuada desde un punto de vista nutricional?
Los estudios científicos que se han llevado a cabo sobre el tema sugieren que comer mucho al mediodía hace que cometamos más errores durante la tarde. “Si almorzamos fuerte, tenemos que digerir, y eso te quita concentración”, señala Gertjan van Dijk, profesor de Neurobiología de la Universidad de Groninga (Países Bajos). “Además, con el alargamiento de las jornadas laborales, cenamos más tarde, lo que hace que haya gente que tenga dificultades para dormir”.
Hemos heredado los horarios de nuestras comidas de nuestros antepasados campesinos, pero nuestros comportamientos a la hora de almorzar vienen de mucho antes. “Nuestros genes nos siguen diciendo que comamos cuándo podamos y todo lo que podamos”, indica Van Dijk. “Y eso era una opción ideal cuando nuestros antepasados humanoides se pasaban el tiempo buscando comida y no sabían si iban a encontrarla. Pero la sociedad de hoy es totalmente distinta. El ejercicio físico que hacemos a diario es mucho menor que hace siglos, y las necesidades energéticas también se han reducido”.
Pero, ojo: comer poco tampoco es la solución. “El reparto calórico ideal son cinco comidas”, señala José Manuel Ávila, director general de la Fundación Española de la Nutrición. “Las dos primeras deben representar el 35% de la ingesta de energía que usaremos durante el día. La comida, otro 35%, y la merienda y la cena el resto”. Para Ávila, estas cifras se refieren solo al consumo de energía: los hidratos de carbono, grasas y proteínas que nuestro cuerpo necesita a diario. “Los micronutrientes, es decir, las vitaminas y los minerales, no necesitan ser consumidos a diario; basta con tomar las cantidades adecuadas regularmente”, matiza.
El problema es que, muchas veces nos saltamos comidas y tendemos a compensarlo en las siguientes. “Las personas que no desayunan o desayunan poco, además de no rendir bien durante la mañana, luego a la hora de comer, devoran”, señala Ávila.
Tan importante como saber cuánto comer es saber el qué. Según explica Ávila, “lo ideal es que la energía que consumamos cada día provenga en un 55% de hidratos de carbono complejos, como los que están en los cereales y en las legumbres”. Pero la mayoría de platos que almorzamos no están basados en ese criterio. “Cada vez consumimos más proteínas y grasas y menos hidratos de carbono”, enumera. “Hemos cambiado el tamaño de los ingredientes, y no los ligamos de la misma manera. Antaño hacíamos guisos, y hoy arreglamos los platos alrededor de la carne, que es una fuente de proteína y grasas”.
Aunque cambiar hábitos arraigados es difícil, no es imposible. “En Holanda, hasta hace alrededor de 30 años, almorzábamos fuerte al mediodía”, apunta Van Dijk. “Pero, conforme fue reduciéndose la jornada laboral y disminuyendo la carga de trabajo, preferimos comer más ligero. Eso nos permite salir más temprano”.
THIAGO FERRER MORINI
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