Rafael Leonidas Trujillo Molina.
Cuenta el maestro Rafael Solano, quien a la sazón era pianista de la orquesta de Antonio Morel, la siguiente anécdota sobre el comportamiento en las fiestas y bailes del generalísimo Rafael Leonidas Trujillo Molina, la cual narraremos sobretodo para los más jóvenes, por la credibilidad que nos merece el autor, tenemos fe total en la veracidad de lo aquí expuesto:
Tocar para Trujillo precisaba cierto entrenamiento previo, experiencia y tacto. De hecho, existía todo un código de normas que solo con el tiempo y la frecuencia se iba aprendiendo.
El Jefe podía asistir a una fiesta y nunca levantarse de su asiento; o, salir al salón, bailar una pieza, regresar a la mesa y no volver a pararse jamás.
También podía suceder que se levantara a bailar varias piezas y luego se marchara. Por último, y esto era lo peor que podía pasar, que "se metiera en fiesta" durante dos o tres días consecutivos, que traducidos al buen romance, significaba dos o tres días de trabajo consecutivo para la orquesta.
Durante una de esas largas corridas, el bajista de cierta orquesta, ¡pobrecito!, no pudo más y dormitó aunque breve pero profundamente. El "Benefactor", que lo avistó, fue a despertarlo él mismo, echándole bebida fresca por la cabeza, mientras fiestoso le decía: "No se me duerma, carajo, ¡viva Trujillo!"
Voy a detallar las diversas aptitudes a tomar por la orquesta en cada una de esas situaciones.
Si se quedaba sentado conversando, música suave.
Volumen alto, sinónimo de grave peligro.
¿Se paró el hombre?: en seguida un merengue de los "suyos" y luego un bolero, una danza y, sobre todo, no interrumpir la música hasta que regrese a la mesa; si el señor permanecía en la pista y conversaba con la dama, la táctica era seguir la música en forma continua, como un toca-disco, haciendo pausas breves entre pieza y pieza.
Una práctica muy usual en las fiestas era bajar los músicos de la tarima y hacer una rueda alrededor de la pareja, casi siempre al compás de un merengue. Lo más difícil de esto último consistía en determinar el momento preciso para bajar al salón. Cuando él ceñía a la dama simplemente por el talle en posición normal de merengue, no era buen momento. Pero si con ella suelta, le daba vueltas, el tiempo preciso había llegado.
Trujillo apreciaba estas rondas, tanto como yo las odiaba y muchos otros compañeros que hacían lo mismo.
Gracias a Dios, no era mi tarea: mientras tanto, yo permanecía solo en el piano con el bajo y el baterista quienes tampoco podían bajar.
Pepito Ramírez, saxofonista, quien siempre estaba conmigo en estas lides me contó en cierta oportunidad que en medio de esas rondas y en ocasiones, escuchaba a Trujillo decir para sí mismo entre merengues y jaleos: "¡Viva Trujillo, carajo!".
Marihal / Desde La República Dominicana
Fuente: Rafael Solano: Letra y Música
Relatos autobiográficos de un músico dominicano
Páginas 90 y 91
Editora Taller - 1992
Biblioteca Taller No. 284
Foto: sportinguns.com.br