República Dominicana es el país donde Odebrecht hizo el más grande y descarado derroche de estafas y sobornos.
Precisamente es en República Dominicana donde no se hace nada para condenar esas acciones pérfi das contra el estado de derecho, la libre competencia y el respeto a la Constitución y las leyes, salvo la movilización social esporádica y la publicación de informaciones y opiniones frecuentes en la prensa acerca de sus manipuladoras fechorías.
En contrapartida, es precisamente en Brasil, donde nació esa siniestra corporación y ensayó sus sobornos políticos desbordantes, donde le han hecho pagar el precio de su atrevimiento con el encarcelamiento y condena en tiempo relativamente rápido a los principales ejecutivos de esa constructora y sus alicates políticos.
El Estado dominicano encubre descaradamente la corrupción y el soborno de Odebrecht donde de cada 100 dólares de contrato, 56 dólares iban a parar a manos de los funcionarios –directa o indirectamente- según confesaron sus ejecutivos sobornadores ante el Departamento de Justicia de Estados Unidos.
En Brasil, en cambio, esos actos se desvelan y condenaron a sus ejecutores y beneficiarios, llevándose de encuentro a su gobernante Dilma Rousseff y a una parte importante del “liderato” político carioca.
Países como Brasil, Ecuador, Panamá, Bolivia, Perú, Colombia, Argentina… están actuando con algún grado de responsabilidad contra los mafiosos Odebrecht, pero aquí no hay nada, solo bulto y movimiento, entretenimiento teatral para encubrir eficazmente la complicidad de exfuncionarios y funcionarios corruptos. “¡Qué va gallo, qué va gallo caballero, que estamos en el caballete y hay que acabar temprano!”. En todos aquellos países los sobornados y sobornadores de Odebrecht están presos. Aquí está preso el señor “Nadie” porque –seamos honestos- no hay interés de poner al descubierto el entramado criminal de la constructora porque se caen los altares completos, con los ángeles y sus dioses protectores.
¿Pero por qué? Primero: porque aquí no hay líderes políticos y sociales que sean referentes éticos y mucho menos hombres y mujeres dispuestos luchar por “el placer del sacrificio y la ingratitud probable de los hombres”, de los que hablaba el apóstol José Martí.
Son “líderes” que invierten para luego asociarse con este tipo de empresas farfulleras para limpiarse la parte baja de la espalda con la Constitución y las leyes con tal de pasar de pelagatos económicamente hablando a potentados nacionales y regionales blindados de impunidad, extensiva a sus socios mafiosos.
Segundo: El mayor éxito de los líderes imperiales es haber adocenado con sus vitrinas a los políticos noveles de estos países para ser asistentes puntuales a las agendas de los primeros, aunque para ello sacrifiquen su nobleza, su país y sus maestros inspiradores, que tienen nombres propios: Juan Bosch, Joaquín Balaguer y José Francisco Peña Gómez… para quedarme en los últimos 50 años del Siglo XX. Tercero: La combinación del envilecimiento programado de los líderes nacionales y el empeño de los jefes imperiales han hecho colapsar –lamentablemente- el ímpetu de este pueblo “indómito y bravo que si fuere mil veces esclavo, otras tantas ser libre sabrá”, como manda el Himno Nacional.
Necesitamos dos millones de dominicanos sacudidos, “empoderados”, para terquear a este país y poner las cosas en su lugar.
¿O acaso esperamos que lo haga la naturaleza?
Ay Dios, ¡cuánta perfidia!
Felipe Ciprián
Listín Diario
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