En la reciente visita del presidente Hu Jintao a EE.UU., la cena fue uno de los momentos claves.
Acertar con el menú, a cualquiera puede resultarle estresante. ¿Qué cocinar?, ¿cómo hacerlo?, ¿le gustará a los invitados?
Pero cuando tienes a un jefe de Estado en la mesa, todo el mundo va a estar pendiente de su reacción tras el primer bocado.
Recibir a invitados extranjeros es como cruzar el campo minado de la dieta. ¿Hay algo que no soportan? ¿Se le puede servir a un estadista chino queso azul?
No equivocarse es importante. Una buena comida puede marcar el tono del resto de la visita.
"Si algo no sale bien, no es como un restaurante en que puedes quitarle el 10% a la cuenta y ofrecer una copa de champán", comenta Walter Scheib, jefe de cocina de la Casa Blanca entre 1994 y 2005.
Para evitar situaciones embarazosas, el proceso de planificación es intenso. En Estados Unidos, el primer paso lo da el jefe de protocolo del Departamento de Estado, que le envía a la primera dama una lista de lo que no le gusta a los invitados y cualquier cuestión delicada por motivos culturales.
Hay que asegurarse de que nada ofenda al invitado de honor.
Todo para asegurar que "nada ofensivo" termine en el menú.
Hay que asegurarse de que nada ofenda al invitado de honor.
En Washington, es la esposa del presidente la encargada de elegir el menú con la ayuda de la Secretaría Social (protocolo) y el jefe de cocina.
La elección será sometida a pruebas hasta que finalmente es aprobada.
Scheib destaca que en su época, Laura Bush incluso invitaba a amigos para hacer pruebas de sabores, "como en una competición de cocineros", mientras Hillary Clinton examinaba detenidamente cada plato una vez o incluso dos antes de aprobarlo.
Pastel de manzana
La cena ofrecida en la reciente visita del presidente de China, Hu Jintao, fue preparada por Cristeta Comerford, la sucesora de Scheibs como jefa de cocina y primera mujer en ocupar el cargo.
Los invitados pidieron la "quinta esencia" de la comida estadounidense. Lo obtuvieron: una tarta de manzana preparada a la antigua.
Sin embargo, Fuchsia Dunlop, autora de tres libros sobre cocina china y colaboradora de la BBC, cree que debió haber sido todo un reto para muchos en la delegación oriental.
"A muchos chinos, especialmente los de la generación del presidente Hu, no les hubiera gustado la idea de comer una ensalada mixta de queso de cabra y la perspectiva de tener que comer un filete de vaca", comenta.
En el pasado, la comida cruda era algo de "bárbaros" y carne sangrante y rosada es una "atrocidad" en términos culinarios chinos.
En la mesa, educación
A pesar de que los historiadores han ignorado el impacto de los chefs en las relaciones internacionales, estos son un factor clave.
Eso es al menos lo que defiende Gary Robinson, antiguo cocinero personal del príncipe Carlos de Gales y actualmente el apreciado encargado de la comida en la embajada británica en Washington.
"Es un rol diplomático en todos los sentidos", asegura.
La cena es "uno de los momentos en que los líderes pueden relajarse un poco pero continuar con sus trascendentales discusiones. La comida puede aceitar el engranaje e impulsar el proceso".
Walter Schieb dice haber sido testigo de eso en muchas ocasiones en la Casa Blanca y como ejemplo pone 1996, cuando el presidente Bill Clinton recibió al líder palestino Yasser Arafat y al entonces primer ministro israelí, Benjamín Netanhayu.
"Fue un momento tenso pero juntarlos en la mesa sirvió para humanizar la situación. Se hace más difícil enfadarse cuando estás compartiendo el pan", afirma.
Wolfang Puck -un chef estadounidense que ha cocinado para el G7, los Oscar y todos y cada uno de los presidentes desde Gerald Ford (1974-1977)- también ha sido testigo de la magia de la buena mesa.
"En la mesa, normalmente, nos comportamos con los mejores modales. Mantener los grandes debates con una buena cena, ayuda a la diplomacia", comenta.
Platos con significado
Hay dos formas de encarar la diplomacia de la cocina: ofrecer el plato nacional u homenajear al invitado.
Cuando Puck preparó la comida de la cumbre económica de Williamsburg en 1983, sirvió platos representativos de diferentes partes de EE.UU., incluido los estados de influencia francesa como Nueva Orleans, una cena al estilo de Nueva Inglaterra y un desayuno a la neoyorquina.
Para Gary Robinson, en la embajada británica lo que tratan de hacer es destacar lo mejor de su país a los extranjeros.
Por el contrario, Roland Mesneir, que trabajó 26 años como encargado de repostería de la Casa Blanca, cree que lo importante es hacer algo que tenga significado para el invitado.
Recuerda aquel día en que recreó en chocolate el Big Ben en una cena ofrecida al primer ministro británico, Tony Blair, "para asegurarnos de que todo el mundo se diera cuenta de que la cena era en honor del británico".
En la cena ofrecida a Tony Blair, se sirvió una réplica en chocolate del Big Ben.
"Si preparas un postre que a quien encabeza la delegación extranjera le llega hasta a emocionar, entonces las conversaciones serán mucho más sencillas".
Pero también hay una especie de tercera alternativa en la diplomacia culinaria: llevarse al líder extranjero a donde iría uno con sus amigos.
Tony Blair se llevó a George W. Bush a cenar un pub de Londres.
Algo así hizo Tony Blair cuando, en 2003, se llevó a George W. Bush a un pub cenar los tradicionales fish and chips (pescado y papas fritas) o el año pasado cuando Barak Obama se llevó al presidente ruso, Dimitri Medvedev, a una hamburguesería.
Obama y Medvédev.
Los platos no eran precisamente lo que tiene en mente un gourmet, pero es la cena favorita de Obama y le dio un toque personal.
Rajini Vaidyanathan
BBC / Mundo