Presidente Danilo Medina.
Las medidas de austeridad anunciadas por el presidente Danilo Medina parecen bien encaminadas. Sin embargo, nuestra experiencia en el uso racional de recursos públicos recomienda una espera para evitar, como tantas veces en el pasado, que el entusiasmo inicial se transforme en otra decepción colectiva.
El código de ética que obliga a los funcionarios a someterse a reglas hasta ahora no observables en el ámbito gubernamental, es también una iniciativa saludable con méritos suficientes para alentar esperanzas de un cambio real si ese texto se convierte con el tiempo en norma de conducta pública.
Las primeras acciones del mandatario, especialmente su discurso de juramentación, indican una clara intención de distanciarse de los vicios que han caracterizado las políticas de gobierno, pero no está del todo definido si el marco que lo condiciona, y el poder que acumuló su antecesor, le permitirán cumplir a cabalidad con el enorme compromiso moral que ha contraído con una sociedad hastiada de la corrupción y la impunidad de décadas de populismo y nocivas prácticas clientelares desde el Palacio Nacional, centro y motor del poder político dominicano.
Al inmenso pasivo social que ha heredado, se agregan una deuda pública sin precedente, un enorme déficit fiscal, unas arcas exhaustas y un entorno que lo inmoviliza y coarta.
Si el presidente logra superar esto último, tendría allanado gran parte del camino que deberá recorrer en sus cuatro años de mandato y libre de ese lastre podrá contar, sin duda alguna, con el entusiasmo que su discurso generó por las dos horas que siguieron hasta la designación de su gabinete.
El respaldo que necesita para sortear las graves dificultades que ha encontrado, demanda mucho más que un discurso. Requiere de acciones drásticas que hagan ver al país que los cambios morales prometidos son más que puras palabras.
Miguel Guerrero
La Columna de Miguel Guerrero
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