Un pequeño burgués es esa cosa que desea, que ama, odia, anhela
La más difícil aventura espiritual del pequeño burgués dominicano es la invención del otro. Éste ha sido uno de mis temas preferidos durante mis ya largos años de articulista, y vuelvo a él por todo lo que se ha escrito y dicho sobre mi artículo “!Mamita llegó el Obispo!” de la semana pasada. Un pequeño burgués es esa cosa que desea, que ama, odia, anhela y actúa. Labrada como reflejo de su ser intrínseco, la subjetividad del pequeño burgués dominicano es tan solo un repliegue sobre sí mismo. No hay linderos, disipada la ilusión del juicio, cuando el pequeño burgués opina sobre el otro construye la biografía de sus fobias y sus filias. Porque es en la incapacidad de imaginar la otredad que la pequeña burguesía dominicana naufraga.
Martirizados, odiándose a sí mismos en la imagen del otro que no pueden alcanzar, descomponen toda actividad humana hasta encontrar el acto puro que los acerca a sí mismos. Más allá de sí mismos no encuentran otro universo. Es su acto la única actividad que les pertenece. Son sus propios efluvios los únicos que los embriagan. No hay como el pequeño burgués dominicano para sucumbir en la sublimización de sí mismo.
Si todo pensamiento es respuesta a la experiencia, es claro que las palabras no bastan para abarcar las miles de peripecias del pequeño burgués dominicano para sobrevivir. Y esa, en verdad, es su esencia. De lo que se trata es de sobrevivir. Héroe y villano, mártir y verdugo, grandioso y mezquino, a lo que no puede renunciar es al carácter singular de su proyecto. Como dijo Heidegger “su existencia es su esencia”, y los vituperios y odios que les confiere su condición de sitiado hacen su característica fundamental. Un interactivo, por ejemplo, de esos que escriben vainas debajo de los artículos de autores de los cuales ellos difieren, qué combaten sino la propia sombra de su degradación.
Ese pequeño burgués dominicano, surgido de las estrategias de la contrainsurgencia de la década de los años sesenta del siglo pasado, y que hizo del otro el señuelo irrisorio de su aventura espiritual, está reculando vertiginosamente en la pirámide social (material y espiritualmente). Cada día es más pobre, cada galón de gasolina que aumenta lo arrincona en la prángana del peatón, cada tentación al consumo lo coloca en la disyuntiva de ganar o perder. Poco a poco el Estado depredador lo tiene preso de miedo con sus impuestos, mientras él se desliza agarrado hasta de un clavo caliente.
¿Qué ha perdido, en esencia, ese pequeño burgués dominicano, incapaz de inventar al otro?
Ha perdido, y está perdiendo, su capacidad de reposición de los bienes de consumo, y ha perdido su ethos, su dignidad. Ya no es tan fácil reponer el carrito, dotar la casa de los electrodomésticos que se van dañando, ahorrar para el viaje, tener los hijos en la universidad, enfrentarse a la incertidumbre de una enfermedad, en un país sin seguridad social real, porque lo que tenemos es una caricatura. El pequeño burgués heroico de los años sesenta del siglo pasado, cada vez más resbala hacia la fosa sin fin de la proletarización.
Aquella estratificación de pequeña burguesía que Juan Bosch popularizó en su libro “Composición social dominicana” (‘alta y muy alta’, ‘baja y muy baja’, ‘pobre y muy pobre’, etc.), se ha desdibujado. Uno de los éxitos de los gobiernos del doctor Leonel Fernández es haber casi evaporado esa pequeña burguesía. Haberla encanallecido hasta más no poder. Lo que queda, se despliega en la calistenia del desprecio a sí mismo, y en la corrupción. No hay más que mirar a nuestro alrededor. ¿Qué son hoy los “intelectuales”, los artistas, los “poetas”, los escribidores? Una caterva de pensionados y un amasijo de silencios.
Trampa sutil, el pequeño burgués no advierte que yo también soy el otro. ¡Oh, Dios!
Andrés Luciano Mateo
Hoy.com.do
http://hoy.com.do/opiniones/2012/7/18/437626/Sobre-el-tiempo-presente-la-inversion-del-otro