Con el tardo paso de los días arrecia la saturación electoral. Las ciudades han sido tomadas por las hordas del salvajismo gráfico. La propaganda se esparce sin rienda, atestando de basura la mente, los sentidos y el ambiente. La agresión es brutalmente impiadosa. Algunos pueblos parecen un vertedero de excreciones coloridas; otros, lo que quedó de una noche orgiástica; estamos ante un delirio carnavalesco del caos. Esa es nuestra política: anárquica, animal y violenta. Su lenguaje es rupestre: lleno de sucio, fetidez y ruido.
Los afiches y las vallas compiten en hartazgo. Entorpecen el tránsito, anulan las señales, roban los espacios de forma impune y hacen claustrofóbicos los ambientes. La basura electoral se amontona sin dolientes porque los ayuntamientos, responsables y guardianes de los espacios públicos, están también en el ruedo circense. La Junta Central Electoral se escuda en su presunta incompetencia legal, a pesar de que la ley que la rige establece de forma clara su obligación de “tomar las medidas de lugar, en coordinación con las autoridades que correspondan, con miras a que la propaganda mural no afecte el medio ambiente, ni dañe o lesione la propiedad privada, ni las edificaciones y monumentos públicos” (artículo 6 literal “s” de la Ley Electoral núm. 275-97).
¿Y qué decir de la propaganda en los medios electrónicos?: un atentado incalificable de terror masivo. Ahí el derroche del gobierno es inmoral. Además de la descomunal plataforma de medios del PLD, la publicidad gubernamental ha sumado su aporte a la del candidato oficialista. No se sabe dónde empieza una y termina la otra. Cuando se auditen las cuentas públicas, se revelará esta siniestra manipulación. Los ministerios de Educación y Obras Públicas están ejecutando casi la totalidad de su presupuesto publicitario anual en el período electoral. El caso del ministerio de educación raya en lo impúdico. Sus cortes promocionales son descaradamente propagandísticos; la colocación, masiva. ¡El dinero del 4 %!
Los comunicadores del gobierno crecen con la misma fertilidad que una colonia de larvas. Forman una maraña de depredación cada vez más densa. Todos quieren morder de la carroña. Las hay de todas las raleas: desde especies puras que habitan en destiladeras espumantes hasta las más ordinarias que pululan en los sumideros de la opinión mercenaria. Su parasitario oficio es atrofiante: servir como caja de resonancia del gobierno. Colgaron sus voces, ideas y conciencias para llenar de dignidad sus bolsillos. Sus retribuciones se negocian a discreción: desde cargos diplomáticos, contratas, publicidad gubernamental, frecuencias de radio y televisión, hasta asesorías innominadas, membresía en consejos de directores de entidades y agencias del gobierno.
Las caravanas del presidente “austero” evocan los ominosos desfiles militares del Tercer Reich, aquellos despliegues atemorizantes de su portentoso arsenal bélico, exhibido para desmoralizar a los espectadores contrarios; en el caso de Danilo, hay que ver las yipetas forradas de lujo cómo se desplazan por las calles de pueblos arrinconados en la miseria para pulverizar cualquier apatía a las fuerzas electorales del poder. Y qué decir de las cortesanas del mambo, esas chicas uniformadas de azul celeste que con sus abultadas mamparas pélvicas dejan una humedad lúbrica en el imaginario libertino de los machos.
A pesar de su laureada pericia, los estrategas del candidato y presidente no han reparado el impacto adverso del clutter publicitario (densidad o saturación de anuncios). Danilo Medina no solo está sobreofertado como candidato sino como presidente. La sobreexposición genera reacciones indeseadas como el agotamiento, la indiferencia y hasta el rechazo, aun más cuando se trata de un candidato excepcionalmente posicionado como lo han vendido todas las encuestas. La pregunta obligada es: Si está tan holgadamente arriba ¿para qué tanta publicidad? ¿No será esta intimidante saturación un factor del tedio casi repulsivo que en segmentos de más lucidez está generando el presidente? Danilo no solo ha venido decreciendo desde sus históricas posiciones del año pasado, sino que ha permanecido estático con tendencia a bajar ligeramente. Un candidato “ganado” ¿justifica este derroche?
Es frustrante que cincuenta años después sigamos atados a formatos ya anacrónicos de campaña electoral, basados en caravanas, ruidos, promoción de la imagen, suciedad ambiental, movilización de gente y tráfico de dinero. Los reclamos por propuestas y debates son gritos al viento. Nos quedamos varados en los años setentas. Si de algo sirve esta expresión electoral es para demostrar el primitivismo del discurso y el accionar político en democracias cómicas como la nuestra. Este sucio espectáculo es estresante y degradante. Estoy “jarto” de tanta cochinada; loco que termine esta comparsa.
José Luis Taveras
Acento