Juan Temístocles Montás.
Alta traición
Juan Temístocles Montás (a) Temo, probablemente sea culpable de todas las acusaciones que pesan sobre su espalda y es muy posible que tenga cientos de otras indelicadezas ocultas de las que no ha sido acusado, unas las determinará la justicia y las otras las arrastrará mientras viva martillando su conciencia.
Al igual que muchas otras opiniones no siento pena por los funcionarios destituidos, acusados o sometidos por supuestos sobornos o cualquier acto de corrupción; pena siento por la deuda externa de nuestro país que está en los bolsillos de los que gobiernan desde 2004, en los de sus asociados y clientes políticos; eso sí que me da pena. Y me da pena que por culpa de una pandilla de corruptos amorales mucha gente muera, esté gravemente enferma o viva en la más desamparada miseria. Que pasen hambre, que hayan perdido sus empleos y propiedades ante la maldad de un Estado que controla todo para beneficio de su logia y de sus adeptos. Gobernando para una ínfima parte del país en detrimento de las grandes mayorías.
Acompañado plácidamente del Atlántico, aquí en Puerto Plata, con la serenidad y el silencio que emiten el danzar de las palmas y el rumor de las olas; tengo frente a mis ojos el diario que trae esta imagen de el ministro de Industria, Comercio y Mipymes, Temo Montás.
Veo en esa cara la amargura de la derrota, el dolor que se siente al recibir la puñalada traicionera de gente a la que sirvió y protegió. Esta imagen es la de un hombre derrotado, bajado de las nubes de un comité político y un ministerio a la cárcel de Najayo en cuestión de horas.
Tal vez lo más doloroso para él no sea que no lo merezca, sino que muchos otros antes que él deberían estar en su situación.
Temo sabe que aunque salga libre y descargado dentro de unos meses ya nada será igual, nunca será igual su relación con los compañeros de su partido y será muy difícil reincorporarlo al comité y al gabinete.
Es propicia la ocasión para que el señor Montás reflexione si es más beneficioso su silencio o poner las cosas en su justo lugar, total, lo han hundido de tal manera que le convendría más estar acompañado que solo en el lodazal en que lo han confinado.
Luis Del Monte / DLRD
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