Excelencia:
Disculpe que pretenda distraer, quizás infructuosamente, su precioso tiempo, con unas observaciones que no forman parte de sus elevadas inquietudes intelectuales, a juzgar por los breves segmentos de sus discursos que, por accidentes imprevistos –y escasos- me he visto obligada a oír, en atroces ocasiones.
Entre los tan merecidos como desinteresados y espontáneos homenajes que anda dando y recibiendo, como en los intercambios de los "angelitos" de Navidad y las inauguraciones, reinauguraciones, semi-inauguraciones, sub-inauguraciones, infra-inauguraciones, todas prematuras y con las obras a medio talle, dudo que pueda corresponder a mi amistoso agasajo, que incluirá el favor de un brevísimo resumen de su herencia.
No se desconsuele por el ajetreo. Mire la resignación con que los leones tienen que andar meando indiscriminadamente, alrededor de cada piedra, arbusto o tocón, para marcar el territorio y que conste que por ahí anda El Jefe, sin mencionar el nombre, pero refrendándolo.
La decencia cosmética adquiere una trascendencia capital donde no existe la real.
Nadie como usted para dar cátedras sobre la importancia de parecer y no ser. O al revés, de ser y no parecer. Con la amplia cultura le sobrarán frases de inspiración como la famosa de Shakespeare: "Fingir o no fingir. Esa es la cuestión".
Me gustan las palabras, señor Presidente. Las palabras bellas. Redondas, triangulares, cuadradas, lineales, coloridas, luminosas u oscuras, orgánicas, vitales, ligeras o espesas. A veces sedosas o ásperas. Astringentes, picantes, dulces o amargas. Acuosas, aéreas, minerales. También irregulares y secas. Pero bellas. Bellas y enigmáticas. Y fragantes.
Parecen inmutables y eternas, pero siempre están en transición y caminan, corren, nadan y vuelan.
Me gusta cada una por sí sola: mamá, papá, agua, loma, montaña, tierra, río, mar, libro, beso, amor, vino, lluvia, árbol, culo... son todas palabras magníficas, rotundas, hermosas, que se autoabastecen de poesía, magistralmente cinceladas por la boca del tiempo y ennoblecidas por la elegante pátina de su propia historia.
Realmente las disfruto. Las gozo. Las respeto. Las amo. He escrito más de una vez sobre ello.
Me gustan más si se organizan armoniosamente, con una melodía interna que no sé de qué está hecha, ni en qué consiste, pero sé cuando está presente porque la escucho.
Creo que tiene algo que ver con la distribución de los acentos y la musicalidad de los fonemas cuando se orquestan de cierta forma.
Si fuera un poco más laboriosa, insistiría en escribir siempre de esa manera, como si me dejara llevar y traer, mecida a un ritmo regular por las olas, pero para hacerlo necesito encontrar un oasis interno, que a veces aparece cuando le da la gana, sin que se le convoque, pero suele evaporarse por completo, aunque lo reclame, cuando abordo asuntos relativos a políticas y administraciones públicas.
Cuando lo menciono a usted, por ejemplo, se marchita hasta un cactus de plástico –con pistolas y sombrero de charro mexicano que tengo en una repisa-. Eso se lo agradezco. No sé cómo llegó a mi casa un adorno tan horrendo.
Hay palabras que hablan, besan y lamen como si fueran lenguas. Lengua es una de ellas, que a veces no habla, besa y lame sino que babea.
Las hay contraproducentes, como muchas de las reservadas para homenajear a algún jefe de estado que no las merece y aunque le hayan impuesto la alabanza pagada por destino, desde que las pronuncian, en vez de honrar, enmierdecen a quien las vende, pero sobre todo a quien las compra.
Señor Presidente Leonel Fernández, ¡Qué decepción es usted! Yo esperaba algo diferente. No mucho. Mis expectativas eran realmente modestas. Recordaba su anterior gobierno y sabía a qué atenerme, pero pensé que el fracaso electoral del 2000 también le había reportado algunas lecciones y que usted le daría continuidad a algunas de las iniciativas correctas de su primer gobierno, en lo relativo a la profesionalización y eficientización de los aspectos operativos y burocráticos de la administración pública y en cuanto a la organización del tránsito.
Y ¡Sí que acuñó lecciones! ¡Justo en la dirección contraria a la que debía! ¡Rompió todos los records y brincó todas las cercas!
¡Qué penoso lo que deja tras sí Presidente Fernández!: un país quebrado, una diarrea de corrupción, un estado ocupado formalmente por una mafia impune, de la que no se sabe hasta dónde llega y qué naturaleza tienen sus operaciones, pero parece que no solo se dedica al tradicional saqueo al gobierno, sino que ha diversificado sus negocios y ampliado sus horizontes, seguro que bajo la iluminada orientación suya, que es el la lumbrera del grupo y tiene la visión más amplia.
Una economía que se sostiene con el narcotráfico y el lavado. Un aparato gubernamental en disposición –y ya con experiencias- de saltarle encima a quienes no se le rinden. Un afianzamiento de la cultura del autoritarismo. Varios miles de jóvenes muertos, asesinados por la policía en las calles. Un retroceso en participación y conciencia política. Un retroceso en la institucionalidad. Un retroceso en la sensibilidad colectiva ante las violaciones a los derechos humanos.
Una epidemia de feminicidios y agresiones contra las mujeres que es una prolongación y reproducción de los abusos institucionalizados desde el Estado y desde la Iglesia Católica, adornada de una cantidad indeterminada de pederastas impunes, de perfil medieval y metida en el medio, usando inconstitucionalmente recursos y privilegios gubernamentales y contribuyendo a agredir a las mujeres y a perseguir a los gays –siempre que los gays no sean sus obispos-.
Una Policía y unas Fuerzas Armadas que encabezan la delincuencia organizada y auxilia a otras delincuencias, vendiéndole información recopilada por organismos de seguridad.
Una segregación creciente en la relación ciudadanía-gobierno, entre quienes son miembros del partido y los que no. Una situación crítica con la inmigración haitiana y la población domínico-haitiana, un asunto tan serio y conmovedor y usted se lo añadió, como remate, a los negocios de Vincho, que podía mantenerse bollante, sin que usted le tirara a las fauces a todos esos infelices.
Se lleva para su casa –o más bien, sus casas- un trozo del Estado, como si cargara una mano de plátanos.
Y una prensa sobornada casi a unanimidad, señor Presidente Leonel Fernández.
Usted no es un perdedor. Usted es un hombre de éxito. Reciba mis felicitaciones.