Hipólito y Rosa de Mejía acompañados de sus hijos, nietos y nueros. Foto: Yvelisse Villegas / Listín Diario.
Accidentalmente vi por televisión al dramaturgo del mal hablar sobre Hipólito. Y me dio asco. Y me pregunté cómo es posible que alguien así, con un historial tan sombrío aún tenga preeminencia en los medios de comunicación del país.
Hipólito Mejía no tiene vicios.
Doña Rosa Gómez de Mejía, su esposa, tampoco.
Carolina, Lisa, Ramón Hipólito y Felipe, sus hijos, profesionales de altos niveles académicos, por igual. No tienen trastornos hormonales, ni problemas con el alcohol o las drogas. Nunca han estado envueltos en escándalos de ningún tipo.
Durante el Gobierno de su padre no andaban en las calles haciendo diabluras amparados en el poder.
Puede decirse que la familia Mejía-Gómez ha sido, en el marco de una sociedad atomizada por la inversión de valores, ejemplar. Padre y madre son venerados por sus hijos. El respeto y el amor hacia “los viejos” están fuera de toda duda.
Sin embargo, un difamador profesional, de un historial tenebroso y cruel, sin calidad ética ni moral, se empeña en acusar al forjador de esa familia de estar vinculado a la corrupción, el crimen y a las drogas, a sabiendas de que es una infamia.
El propósito es hacer daño. Nada lo hace más feliz que hacer daño, como si lo excitara hasta el orgasmo. Ese hombre retorcido, al igual que algunos de sus descendientes, está haciendo daño desde la tiranía de Trujillo hasta nuestros días.
Este hombre, que ha cobijado y protegido a verdaderos delincuentes, como los que recién abandonaron el Gobierno, se ha ensañado contra Hipólito Mejía, como antes lo hizo contra Salvador Jorge Blanco y hasta contra el doctor José Francisco Peña Gómez.
Quienes conocen a Hipólito Mejía saben que es incapaz de involucrarse en crímenes o patrocinar el narcotráfico. Una cosa es no estar de acuerdo con las ideas políticas de Hipólito y otra es vincularlo, como lo hace este canalla, con el narcotráfico y el crimen organizado. A muchos Hipólito no le gusta. Y están en su derecho. Nadie es medallita de oro ni un billete de cien dólares para caerle bien a todos. Yo, que lo conozco bien, que lo trato cotidianamente, que en ocasiones discutimos por razones políticas, porque mi cabeza no la presto, no la alquilo y mucho menos la vendo, puedo decir que Hipólito es un hombre esencialmente bueno, que no hace daño por hacer daño, y que sus virtudes pesan más que sus defectos.
Hipólito es de los pocos presidentes de América Latina que abandona el cargo sin expedientes de corrupción. Él suele decir que ni robó, ni mató.
Leonel encabezó el Gobierno más corrupto de toda la historia del país. Durante ese Gobierno el narcotráfico, el lavado y el crimen organizado alcanzaron dimensiones insospechadas. Pero el perverso jamás lo denunció, ni lo condenó. Ahora promueve su retorno al poder.
Hipólito salió del Gobierno hace casi diez años. Pero éste hombre de las tinieblas, que el presidente Danilo Medina no tiene las agallas de cancelarlo del cargo por haber cometido perjurio, sigue difamándolo y denigrándolo impunemente como si aún fuera jefe de Estado.
No reniego de mis amigos. Hipólito es un amigo al que quiero y lo respeto. Por eso me duele cuando este abusador lo difama y lo agrede sin misericordia, sin pensar en su mujer, ni en sus hijos. ¡Canalla, eso es lo que es!
Juan Taveras Hernández (Juan TH)
Z-101 Digital
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