Wally y Bob con Joe Biden. Archivo
El caso Brewster y mi vergüenza
Varios centenares de dominicanos y dominicanas han suscrito una petición al presidente Obama para que retire a su embajador en nuestro país, James Brewster.
Yo no estoy entre ellos.
No porque me gusten los embajadores gringos. Todos ellos, sin excepción han representado a una nación con una historia espeluznante de abusos e injerencias que en nuestro país han significado ocupaciones militares, apoyo a gobiernos represivos y asesinatos de personas.
Pero reconozcamos que entre todos los procónsules que hemos sufrido, este Brewster es un tipo más suave y progresista. Seguramente porque pertenece a un grupo social que sufre discriminaciones en el mundo por sus orientaciones sexuales, y porque representa a un gobierno liberal que ha entendido de alguna manera que ya no puede repartir garrotazos por el mundo sin pagar un alto precio.
Hans Hertell en foto de archivo junto al presidente del PLD, Leonel Fernández.
Por eso Brewster es diferente a la mayoría de sus antecesores. ¿Recuerdan a aquel hampón buschista -Hans Hertell- que convirtió la embajada en una candonga de negocios y recibió tantos agasajos como ningún otro predecesor?. Nadie pidió su salida del país. Sencillamente encajaba en el contexto.
Yo no siento ninguna vergüenza por Bewster, y por eso no firmo la carta. Tengo, eso sí, otras vergüenzas mayores.
Joséf Wesolowski y el cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez. Archivo
Siento vergüenza, por ejemplo, de que tengamos a un Cardenal que niega los valores cristianos, grosero, misógino, homofóbico y racista. Y que apañó al representante pedófilo del Vaticano, facilitando su salida del país y calificando sus atropellos sexuales a niños pobres como una “travesura”.
Alias Vincho. Marino Vinicio Castillo Rodríguez.
Siento vergüenza de que exista en mi país una figura pública como Vincho Castillo, un difamador profesional que se ha enrolado en cuanta causa fraudulenta y ominosa le ha pasado por el lado. Y que recibe premios, distinciones y homenajes públicos, como acaba de suceder con la Academia de la Lengua, ese nido de mediocridad provinciana que me da mucha, pero mucha vergüenza.
La vergüenza me carcome cuando recuerdo que en mi Estado los corruptos asumen cargos públicos para seguir robando y que la facción de ellos atrincherados en el PLD puede volver a ser elegida para desfalcar por otros cuatro años.
La vergüenza no cabe en mi cuando recuerdo que en 2013 el gobierno-PLD procedió a la expropiación masiva de derechos contra la población dominicana de origen haitiano. Lo cual ha tenido un alto costo en términos de sufrimientos humanos, frustraciones y deterioro de la autoestima de cientos de miles de personas.
No soporto la vergüenza de ver a una clase política que ha perdido toda la capacidad de distinguir entre el bien y el mal, cambia de partidos por conveniencias personales y se bate a pistoletazos para decidir posiciones. Tal y como acaba de suceder con el asesinato de un ex rector universitario presumiblemente a manos de un capo de horca y cuchillo del mundo del transporte carretero, quien tenía la potestad de cerrar la frontera con Haití siempre que viera sus intereses perjudicados.
No puedo con la vergüenza cuando observo como funcionarios ineptos -diría que seriamente ineptos- ocupan ministerios por décadas, destruyendo la gestión pública y ocupando las páginas de los periódicos con tonterías que en cualquier otro lugar les obligaría a pedir disculpas.
Me causa mucha vergüenza conocer que Julio Hazim -un compendio patético de oportunismo, grosería y falta de elegancia- puede convertir un programa televisivo en un mostrador de colmadón, y arremeter contra el embajador y su esposo con toda la virulencia que encierra su propia incertidumbre identitaria.
Fidel Lorenzo Merán, presidente del Consejo Dominicano de Unidad Evangélica (CODUE).
Y finalmente me avergüenza compartir mundo con Fidel Lorenzo Merán, un
chantajista político propio de las cavernas medievales, quien saca fuerza pública de la ignorancia y frustración de los pobres dominicanos y sostén ampuloso de los diezmos que están obligados a pagar.
Esto, y otras muchas cosas, me producen vergüenza y rabia. No que el embajador apoye una cámara de comercio LGTB, ni que asista a una actividad pública con su esposo. Eso lo veo bien, muy bien. Sobre todo si ayuda a destruir los mecanismos opresivos y discriminatorios que pesan contra la comunidad LGTB en el país. Si finalmente ayuda a que los niños entiendan el valor de la tolerancia frente a la diferencia.
Para que sean mejores que Julio Hazim, el Cardenal, Merán y Vincho Castillo. Para que no tengamos motivos para sentir tanta vergüenza.
Haroldo Dilla Alfonso
Solo una idea
7dias