Si bien no somos en realidad un Estado fracasado, en un debate bien llevado cualquiera puede presentarnos como tal. Es cierto que somos una democracia con libertades civiles, que tenemos un Congreso que sesiona normalmente, una vez dominado por la oposición ahora por el oficialismo, donde funcionan los partidos políticos, el gobierno paga a tiempo casi siempre a la mayoría de los servidores públicos y celebramos elecciones cada cierto tiempo, como manda la Constitución, pero muchas, demasiadas, de las responsabilidades de un Estado moderno no se cumplen en República Dominicana. Muchas de las leyes que pudieran mejorar nuestra condición de nación no se cumplen por dejadez e interés de los clanes que han gobernado a la nación a través de su historia republicana.
La salud, por ejemplo, es una responsabilidad del Estado. ¿Qué pasa con los hospitales? Simplemente no se atienden. Los médicos han estado en huelga casi permanente y no hay medicinas ni equipos suficientes para atender a los enfermos. La educación es otra obligación estatal.
Sin embargo, todo el mundo sabe que la escuela pública es un fiasco, que cientos de miles de niños no reciben enseñanza y que los planteles se caen a pedazos, mientras se le regatea al sector lo que la ley señala. La justicia es otra de sus obligaciones.
Mejor ni hablar de eso. La enumeración es interminable. En un debate entre personas de un mismo nivel, sería más fácil probar el fracaso que demostrar que ello no es cierto. La falta de transparencia, el increíble poder discrecional de los funcionarios y la magnitud de la corrupción bastarían para mostrar que hemos fracasado. Y es terrible tener que admitir cuán cierto es todo eso.
Miguel Guerrero
La Columna de Miguel Guerrero
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