El actor Al Pacino. / VICTORIA WILL (AP)
Al Pacino es uno de los grandes. A los 72 años, el actor no se plantea la retirada
El tiempo, el teatro y los amigos han sido su antídoto frente al peso de una fama que vivió como una carga
¿Bohemio o indigente? ¿Estrella por encima del bien y del mal o simplemente descuidado? Tiene las uñas negruzcas, la chaqueta de cuero raída y el aspecto algo desaseado. Pero ese que está colgado de su móvil en el hotel Four Seasons de Los Ángeles, en pleno corazón de Beverly Hills, es Al Pacino. Así que de indigente, nada. Estrella indiscutible, una de las mejores de su generación, uno de los pocos actores con mayúsculas que van quedando junto a Robert De Niro,Dustin Hoffman y, quizá, Robert Redford. Bohemio siempre, y más ahora, con esos pelos que parecen no haber visto un peine en años y que con toda seguridad intentan encubrir la calvicie que conlleva el paso de toda una vida, un último intento de conservar el aire de juventud desenfadada que sus 72 años dejaron atrás. Los dos libros que alberga en sus bolsillos, convertidos en alforjas de una cultura de la que no se separa, también contribuyen a su aire desmadejado. Los dos volúmenes, el Otelo de Shakespeare en el bolsillo derecho y la biografía de Edward G. Robinson en el izquierdo, están bien leídos. Su charla resulta salpicada con citas de otros. Porque Pacino, este hijo del Bronx neoyorquino y de la posguerra mundial, sobre todo es actor escondiendo su timidez en las palabras de otros. Allí encuentra surefugio de una fama que le ha perseguido a su pesar toda la vida. Porque uno no puede interpretar El padrino, Tarde de perros, Serpico oEsencia de mujer y pasar desapercibido. Por eso, si existía algún aire de frialdad y descuido, desaparece con el abrazo y el par de besos con que saluda.
A Pacino no le gustan las entrevistas y suele evitarlas todo lo posible, pero hoy está juguetón. Le divierte tanto su último trabajo, una película pequeña y casi independiente titulada Stand up guys, que trae en su pecho el tatuaje grabado de su personaje, una cabeza de león que aflora bajo las cadenas con crucifijos. El actor tiene ganas de hablar, de confesar que ha vivido, y su último trabajo es su mejor excusa para echar la vista atrás a toda una vida.
PREGUNTA: ¿Por qué rompe ahora su habitual silencio?
RESPUESTA: No me prodigo mucho en entrevistas, pero eso lo hace ahora más entretenido. Me lo tomo como una novedad. Y por una vez no me importa. Me pareció que sería divertido, y en los tiempos que corren sé que Tipos legales es una película pequeña que se perdería sin mi ayuda. Así que aquí estoy. Además, me gusta hablar. Pero, como mi tatuaje, nada es permanente.
P: ¿Qué tiene Tipos legales para devolverle al cine?
R: Dicen que algunos papeles son tu centro de gravedad, tu timón. A mí me resulta difícil de decir, porque se me ha olvidado todo lo que hice antes, pero estoy acostumbrado a leer guiones y la cadencia de esta historia de tipos que han vivido, su autenticidad, hace fácil para un actor como yo enamorarse del trabajo.
P: ¿Qué le mueve a aceptar un papel a estas alturas de su carrera?
R: La historia, el rodaje en Los Ángeles, que me permitía estar cerca de mis hijos pequeños; mi amistad con Fisher [Stevens, su director], una persona muy especial que conocí como actor y sabe cómo dirigir aunque esta sea su primera película. Todo eso. Antes, mi única motivación era el guion. Ahora hay un montón de factores.
P: ¿Qué tuvo la década de los setenta que no exista ahora? ¿Fue mejor o es pura nostalgia?
R: Yo también lo pienso. ¿Fueron obras maestras o somos unos sentimentales? Es fácil pensar que lo pasado fue mejor, pero también es cierto que se dan momentos en los que confluyen factores que propician el nacimiento de algo nuevo. Pero sí, el pasado siempre fue mejor, ¿no? Los setenta fueron un renacimiento, ocurrieron cosas que han hecho correr ríos de tinta. Yo tuve la suerte de estar allí, de participar en un par de películas de esas que lo cambiaron todo. Lo que hacíamos en cine, dar una visión sociopolítica de nuestro mundo o como lo quieras llamar, hoy se hace en la televisión. O en la prensa. Pero nosotros estuvimos en el centro de lo que pasaba.
P: ¿Fue consciente del momento que vivía?
R: Probablemente. Recuerdo el rodaje de Tarde de perros. Todos sentimos que era el comienzo de algo. ¿Recuerda la escena del repartidor de pizza, el circo mediático que le rodea y cómo sale diciendo eso de “soy una estrella”? Recuerdo que en ese momento Sidney Lumet se me acercó y me dijo al oído: “Se nos va de las manos. Esto se nos escapa”. Sí, lo veíamos mejor que nadie, la sed de fama, aunque fuera por un minuto, la invasión de los medios de comunicación. Lo vimos con claridad porque lo estábamos viviendo.
Rocío Ayuso
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