Un dibujo en el que equiparaba el trazo de la firma de Hugo Chávez con la línea de un monitor de pulso cardiaco: es la descripción somera de la viñeta que le costó el miércoles pasado el trabajo a Rayma Suprani, una de las caricaturistas más reconocidas de Venezuela. Los nuevos -y misteriosos- dueños del diario El Universal de Caracas, la empresa para la que Suprani trabajó durante 19 años hasta convertirse en uno de sus emblemas, lo consideraron el no va más para una de las más agudas críticas del régimen bolivariano. Por despedirla no han reparado en avivar de nuevo la incógnita acerca de quién maneja ahora el diario, con 105 años de existencia, uno de los decanos de la prensa nacional.
Cuando en julio pasado el rotativo cambió de manos tras una transacción privada, la cara visible de la empresa pasó a ser la del ingeniero Jesús Abreu, nuevo presidente ejecutivo. Abreu, hermano del creador del exitoso sistema nacional de orquestas, José Antonio Abreu, y exejecutivo de distintos grupos económicos contiguos a la denominada boliburguesía –la clase empresarial que ha hecho fortuna mediante negocios con el Estado chavista-, aseguró en sus contadas apariciones públicas que el cambio en su propiedad no afectaría la línea editorial del diario.
Sin embargo, lo primero que la nueva administración emprendió fue una purga de sus columnistas, amparada por la excusa de una “reestructuración” de sus páginas de opinión. Luego, a mediados de agosto, la censura a un despacho desde Ciudad Guayana (sureste del país) sobre el conflicto laboral en la principal industria siderúrgica del Estado, que incluía una mención poco amable por parte de sectores sindicales sobre el poderoso número dos del chavismo, Diosdado Cabello, soliviantó los ánimos de la redacción.
Ahora el despido de Rayma –el nombre de pila que transformó en marca- no sólo ha vuelto a encender las alarmas del personal periodístico, sino que da más evidencias a los lectores sobre un cambio a cuotas en la orientación política del diario, tenido por décadas como el vocero de los círculos más conservadores del empresariado nativo. “Desde el cambio de propietarios, (…) miles de lectores, fieles por décadas, han dejado de comprar el diario”, advertía un comunicado difundido por los redactores de El Universal tras la defenestración de la caricaturista, “y los pocos anunciantes que aún quedan en el país con posibilidad de invertir, perderán todo interés (…) de persistir la censura”.
Suprani, de 45 años de edad, admite en entrevista telefónica con EL PAÍS que “desde que empezó el desmontaje del periódico yo me había convertido en una persona vulnerable”, a sabiendas de la visibilidad que adquirió en su prolongada confrontación con el poder político. No obstante decidió continuar, consciente de la importancia de conservar un espacio de expresión “que me he ganado a pulso”. La opción no contemplaba, en cualquier caso, concesión alguna en sus “conceptos y libertades. Al interior del diario ahora hay un lenguaje tácito que te pide ceder. Pero si los nuevos dueños creían que yo iba a voltear a temas más banales para conservar mi puesto, se equivocaron”.
La viñeta del pasado miércoles aludía a la actual crisis sanitaria del país. Mientras el dengue y el chikunguña azotan a la población, la dibujante intentó recordar que el colapso del sistema de salud no es solo una circunstancia, sino legado de años de desguace continuado.
“Vender una empresa privada debería ser lo más normal”, apela Rayma a una analogía para ilustrar el irregular trance por el que atraviesan los trabajadores de El Universal. “Es como cuando alguien compra una casa, lo natural es que el nuevo dueño la quiera acondicionar a su gusto. Pero lo que hacen los nuevos propietarios es un insulto a la inteligencia de los periodistas y de los lectores. Abreu no es más que una carcasa”.
Para efectos públicos, el comprador del diario es Epalisticia, una oscura empresa de ocasión con domicilio en Madrid, España. Sus accionistas son a la vez personas jurídicas que no dejan rastrear los nombres detrás de ellas. En los corrillos caraqueños se hacen apuestas para identificar qué boliburgués, si no el propio Gobierno de Nicolás Maduro, controla tras bastidores El Universal.
La de El Universal fue la tercera operación de compra-venta de medios independientes que ocurre en el mercado venezolano en menos de un año. Las anteriores, también por sumas multimillonarias, correspondieron a la Cadena Capriles –un grupo editorial que publica la cabecera más popular del país, el tabloide Últimas Noticias- y Globovisión, el canal 24 horas de noticias que por años representó la auténtica bestia negra para el chavismo. En ambos casos, tras la adquisición se registró un notable descafeinamiento en sus líneas editoriales. Si bien en el caso de Globovisión un grupo de inversionistas del sector financiero asumió de manera abierta la compra, con la Cadena Capriles figuró como postor una compañía sin antecedentes comerciales constituida para el evento en Gran Bretaña.
El conflicto reabierto en El Universal con el despido de Rayma provocó otras dos renuncias en el cuerpo de redacción. Al mismo tiempo también renunciaba su fugaz gerente de Comercialización, Arturo Casado, un reputado hombre de la industria publicitaria que no duró más de dos meses en el cargo. Casado también se sintió en la necesidad de explicar su decisión con una carta abierta que colgó en Facebook y en la que, si bien admite que los “valores con que yo comulgo” ya estarían amenazados en el diario, aprovecha para dejar claro que, a su juico, Rayma “está bien botada” porque se habría dedicado a provocar su despido de manera deliberada.
“Ha sido lamentable esa declaración, sobre todo viniendo de alguien que no me conoce”, reacciona Suprani ante la versión. “Me parece comparable a cuando violan a una mujer que iba por la calle en minifalda y la culpan, y dicen que fue bien violada”.
EWALD SCHARFENBERG
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