Eran los tiempos del "paracaidismo", que no era otra cosa que ir a una fiesta a la cual los anfitriones no te habían invitado. Por supuesto era un paracaidismo light, puesto que era invitado por la enamorada, a espalda de sus amigas.
Yo no viví la "Era de Trujillo".
Para ese entonces desconocía nuestra historia reciente, no sabía de política y en mi hogar ni siquiera esos temas se tocaban. Sí sabía que un hermano de mi padre estuvo por medio de los deportes muy ligado a la familia Trujillo, y que en el gobierno de ese entonces tenía lazos de amistad con muchas personas importantes, nada más.
Una linda jovencita, que estaba en las mismas condiciones de ignorancia que la mía, me invita a una fiesta en casa de Don Luis Amiama Tió, en la Gustavo Mejía Ricart, era la única posibilidad de vernos que teníamos. Yo era de los que bailaba hasta los temas de las orquestas. En un aparte donde estaban las personas mayores fui llamado por Don Luis Amiama y Don Antonio Imbert Barrera, querían saber cómo se llamaba ese "tiguerito", con cara de pícaro.
Cuando mencioné mi nombre, el silencio que se produjo fue de tal magnitud que se podían escuchar los latidos del corazón de mis oyentes. Me despedí de ellos y continué con mis asuntos.
Como en aquel entonces éramos un grupo de amigos o conocidos, tanto hembras como varones, coincidíamos en las mismas casas, los mismos clubes sociales, las mismas fiestas y los mismos mortuorios.
Fueron muchas las veces que vi a Don Antonio y a Don Luis en actividades sociales, y siempre me voceaban mi nombre de pila. El trato que recibí de ambos fue siempre el más cortés y amigable que pueda recibir alguien. A ellos les caía en gracia lo suertudo que era en las actividades sociales.
Varios años después, enterado de los vínculos familiares míos, y de lo que ellos fueron protagonistas, comprendí la clase de caballeros que eran dos de nuestros héroes del 30 de mayo.
La generosidad de Imbert Barrera fue más lejos todavía. Cuando fue nombrado al frente de la construcción de la Presa de Rincón, sin tomar en cuenta para nada cuestiones políticas, las máquinillas de escribir, sumadoras, calculadoras, registradoras y todo lo que tuviera que ver con estos equipos; eran reparados en el negocio de mi padre.
Recuerdo el esmero de mi progenitor en que esos trabajos quedaran a la perfección, en agradecimientos a los gestos de desprendimiento y cortesía del general Antonio Imbert Barrera.
Todos los trabajos que se entregaban terminados eran saldados al instante por la Presa de Rincón.
Uno de los mejores amigos de mi juventud era un pariente de Don Antonio, murió en un trágico accidente en la calle Camino Chiquito de Arrollo Hondo, como cosa del destino, esta calle se llama hoy día Luis Amiama Tió. Otro de sus parientes es un gran amigo que vive en Constanza, dedicado a la agricultura.
Quise expresar estos recuerdos para que las generaciones entiendan la nobleza de este prohombre dominicano, que aún a parientes de quienes el podría pensar eran sus adversarios, les brindó amistad y fue capaz de no distinguir preferencias políticas para obtener los mejores servicios para sus funciones oficiales.
Marihal / Desde La República Dominicana
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