Abel Martínez Durán, presidente de la Cámara de Diputados.
¿Qué gana un hombre joven, con aparente futuro político, que arrebata el más amplio sentido democrático al interés de la ciudadanía de que se revisara una pieza presupuestaria sesgada y preocupante, señalada incluso como violatoria de la Constitución?
Abel Martínez es uno de los más jóvenes diputados del país. Proviene de la provincia de Santiago y pertenece a las filas del Partido de la Liberación Dominicana. Se le considera un hombre cercano al presidente de la República, Leonel Fernández, al igual que su compueblano Julio César Valentín, quien de la presidencia de la Cámara de Diputados pasó a senador por Santiago en las elecciones del 2010.
Ese paso de Valentín dio pie al ascenso de Abel Martínez. Ambicioso en el buen sentido de la palabra, Abel llegó a Santo Domingo con todos los ímpetus para revolucionar la participación de los jóvenes legisladores en el Congreso Nacional. Y en sus primeros meses en la capital era frecuente verle moverse en guaguas públicas, desprovisto de todas las orlas y petulancias de poder que hoy le caracterizan.
El legislador ha tenido un gran ascenso político. Como presidente de la Cámara de Diputados es miembro del Consejo Nacional de la Magistratura. Lo invitan como oyente a las reuniones del Comité Político, es miembro del Comité Central del PLD, y comanda la tropa de legisladores en la cámara baja del partido de gobierno.
Quienes le conocen jamás se imaginaron que con su ascenso tendría un cambio tan radical de conducta. Aparte de apabullante, de llevarse el mundo por delante con todo el poder que ahora exhibe, Abel Martínez es una persona antidemocrática y hasta cierto punto simulador.
Eso y no otra cosa se puede decir después de ver actuar a Abel Martínez en la presidencia de la Cámara de Diputados en las dos sesiones en que fue “aprobado” en primera y segunda lectura el presupuesto y ley de gastos públicos del 2012.
Está generalizada la versión entre los diputados que el presidente de la Cámara creó confusión con dos convocatorias. Una más temprana que la otra. Una se hizo pública, la segunda, y la otra no. Cuando los legisladores que tendrían propuestas disidentes, como Ito Bisonó o Minou Tavárez Mirabal, llegaron al hemiciclo ya estaba aprobada en segunda lectura la pieza legislativa.
La otra reflexión es que el deber de los legisladores es debatir y discutir hasta tanto haya conformidad en que todas las opiniones han sido expresadas. El Congreso es la expresión más firme de democracia, pues en ese poder conviven todas las fuerzas representativas de la sociedad y de la política.
La forma en que se aprobó la segunda lectura de la pieza es vergonzosa y refleja a un Abel Martínez fuera de control, arreando a los legisladores, impidiendo que se movieran de un lugar a otro, instándoles insistentemente a votar, citándolos por sus nombres, como si se tratara de un acoso. Era una intimación para cumplir una orden.
Ese tipo de Congreso no hace falta en este país ni en ninguna democracia. Quienes se comportan así en un parlamento son buenos para ser bufones de algún dictadorzuelo, pero no para servir en un régimen democrático. Con su actuación Abel Martínez dejó ver el peor de los perfiles de los políticos jóvenes de este país.
Ese legislador volverá a salir a las calles a pedir voto. Querrá que le ratifiquen su mandato en el 2016. Abel Martínez y los demás legisladores fueron electos por seis años. Una verdadera pena. El país ha sido testigo del material con que han sido forjados los legisladores, en especial Abel Martínez, dirigente del PLD, oyente en el Comité Político, miembro del Comité Central, miembro del Consejo Nacional de la Magistratura, presidente de la Cámara de Diputados y supuestamente discípulo del profesor Juan Bosch.
Editorial Acento
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