El Senado de la República, indignado por una referencia del expresidente Mejía a la ascendencia africana del presidente Obama, aprobó recientemente una resolución de desagravio al mandatario estadounidense.
La iniciativa fue motivo de sorpresa y mofa en los círculos políticos del país y entendido como una acción política de campaña, porque curiosamente en esos días alguien subió a You Tube un video en el que el presidente Fernández aparece diciendo algo muy similar, en un acto proselitista celebrado en Estados Unidos con mucha anterioridad a lo que la honorable cámara alta dominicana estimó como un desatino del candidato opositor.
La autenticidad de las imágenes de la actividad en la que hablara en esos mismos términos el actual mandatario, no ha sido puesta en duda.
La ofensa que el señor Mejía infiriera a nuestro ilustre Congreso consistió en haber estimulado a una multitud de simpatizantes a superarse, poniendo como ejemplo el hecho de que Obama, de padre africano y madre estadounidense, llegara a la más alta e influyente posición de su país y del mundo, a despecho de sus orígenes.
Exactamente lo mismo que en una oportunidad anterior, también en territorio norteamericano, el señor Fernández señalara a cientos de seguidores, valiéndose incluso de apelativos más directos, como aquélla broma muy simpática, y en mi opinión nada ofensiva, de que él y el merenguero Sergio Vargas no se ponían de acuerdo, porque mientras el popular artista reclamaba a Villa Altagracia como la patria de Obama, él lo consideraba en cambio hijo de Villa Juana.
A decir verdad, no veo en ninguno de los dos casos razón para un desagravio.
De lo que debería ocuparse el Congreso es del nivel inexcusable de corrupción existente y que sí reclama, con urgencia, un desagravio al pueblo dominicano que la sufre. Es penoso que el Senado pierda su tiempo en nimiedades.
Miguel Guerrero
La Columna de Miguel Guerrero
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