El país marcha exactamente igual que el Congreso de la República. Un caos en su dinámica interna. Un revoltillo de contradicciones entre teorías y prácticas. Gastos innecesarios. Hacen leyes que luego violan. Cuando en el hogar se definen los principios y los padres no los cumplen, los hijos, tampoco lo hacen. Eso sucede con los diputados y senadores. ¡Vamos a disciplinarlos para que nos disciplinen!
¿Cuál es su misión? Trabajar en el campo de la Constitución y las leyes; crear un marco legal que garantice el desarrollo justo y equilibrado de la nación, fortalecer las instituciones. Es decir, establecer principios, normas, que rijan el buen funcionamiento del Estado y consagren los deberes y derechos del ciudadano. En síntesis, sus funciones son legislar, fiscalizar y representar.
Para que se concentren en esa delicada misión, el pueblo los elige y le paga un jugoso salario. Sin embargo, usan esa plataforma para sembrar en otros terrenos. Ejecutan actividades paralelas al Gobierno, no para erradicar problemas sino para ganar simpatías personales. Llegan al colmo de amenazarlo con no aprobarle el presupuesto, si no incluyen sus proyectos favoritos.
Usan el poder para asignarse presupuesto extra, que les permita ejecutar actividades sociales y políticas. Cada legislador recibe “un barrilito o cofrecito” de alrededor de 400,000 pesos mensuales, además del salario básico. El plan es salir del campo de la Constitución y las leyes y entrar en otros escenarios donde los vean actuar. “Esta obra se construye, gracias al legislador tal”. Salvo algunas excepciones, viven como políticos en campaña, aprovechando la ignorancia del pueblo.
Algunos lucen como prostitutas coquetas, enviando meta mensajes. Como cuando, frente a una gran potencia, defienden con timidez el patrimonio nacional o evaden las acusaciones de delitos a poderosos. ¿Para que son sus famosas leyes? Muchas confunden como las de los inmigrantes. Prefieren limitarse a dar reconocimientos y hacer obritas en el pueblo para mostrar que “son sencillos, generosos, serviciales”.
El barrilito es un privilegio injusto, que los distrae de su misión. Es un dinero del pueblo con fines electorales y en competencia desigual con el contrincante. Las ayudas pueden hacerlas con dinero de sus bolsillos, de su partido o motivando el organismo correspondiente a ejecutarla. Deben enseñar a delimitar los roles. Si insistimos en tener un Congreso, deberíamos ser más exigentes. Qué fiscalicen bien, qué corrijan las anomalías y vacíos relativos a las leyes. Qué adopten medidas para evitar que la justicia tenga corruptos favoritos y las leyes sean respetadas por las cortes y el Gobierno. Eso los elevaría frente a la sociedad y les daría más votos que el barrilito. Deben evitar exhibir desde el Congreso, contradicciones, males, que añoramos eliminar.
Cabe recordar que los legisladores contrajeron matrimonio con el pueblo, quien les cubre sus necesidades. Irrita su infidelidad. Duele verlos actuar como putas exhibiendo su poder y revestidas de lujo, mientras buscan una mejor cotización en el mercado. No deben olvidar que el Poder Legislativo debe ser guardián de las leyes, al menos aparentarlo con elegancia, para poder comenzar a adecentar y ordenar la nación.
Venecia Joaquín
Z-101 Digital
http://www.z101digital.com/app/article.aspx?id=110566
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