Joaquín Sabina. Foto: Samuel Sánchez
"Bebía hasta que cerraban los bares"
A propósito de Serrat, ¿cómo lleva el éxito de los otros? Entre mis defectos no tengo ni el de la competencia ni el de la envidia. Tengo el alma de niño con moscas de pueblo; siento que los dioses paganos me dan más de lo que merezco. Y me voy a Las Vegas a verle recoger el Grammy de Honor. ¡Por favor, han tardado 40 años!¿Y su éxito, cómo lo lleva? No ha sido tan difícil de llevar. Salgo poco desde hace 15 años; a veces hay baño de masas, pero pasa cada dos años, y así se colma mi vanidad.
¿Qué pasa cuando se queda solo y es de noche? Como Chaplin, me he inventado un disfraz: un bombín y algunas chaquetas de tahúr del Misisipí, como diría Alfonso Guerra. Cuando me lo quito desaparece inmediatamente. Brindo con amigos y vuelvo al aurea mediocritas.
Por ahí asoma el fracaso. Tengo un carácter optimista y sociable y un fondo, mi más yo, profundamente pesimista y solitario. Al fracaso lo llevo desde que nací, como diría Onetti. Nunca he hecho la canción, el poema o el dibujo que he soñado, ni he sido el tipo que he soñado. Soñaba con lo que soñaban los poetas del 50, que eran partidarios de la felicidad.
¿Ya se ha acabado la nube negra? Está ahí, agazapada. Cuando la sufrí, como la muerte cuando eres muy joven, creía que eso solo le pasaba a otros. El miedo a que vuelva no se mata nunca.
Esa nube negra ahora está sobre este país. Es grave. Produce indignación, rabia y vómito. Parecía que Europa no tenía vuelta atrás; que aquel Estado de bienestar no se acabaría... Y ahora van contra algo tan sagrado como la Ilustración. Me parece atroz y brutal.
¿Un culpable? El Gobierno actual no tiene piedad ni empatía ni compasión ni sabe lo que pasa en la calle; va a costar décadas que nuestros hijos vivan más decente y libremente. Es algo por lo que sólo podemos llorar y patalear... Por si no me preguntas por Podemos...
Adelante... Pues si no existiera habría que inventarlo. No me fijo ni en las caras ni en el discurso que tienen; me fijo sobre todo en que no son ni de Berlusconi ni de Le Pen... En esas estamos: estupefactos, endemoniados y a verlas venir.
Le dijo a Pablo Iglesias en el programa de Évole que se sumaba a su ejército en la retaguardia... Como buen cobarde, ja, ja, ja. No estoy para la primera línea.
¿Lo que ha cantado le retrata? Trato de no ser autobiográfico. Mis canciones contribuyen a crear la caricatura de tipo borracho que anda por ahí follisqueando sin freno. A lo mejor hubiera querido ser ese, quién sabe, ja, ja, ja.
¿Y quién es usted? El que está hablando contigo. Como dice Gil de Biedma, alargué “el último verano de mi juventud” hasta los 50 años. Por eso celebro ahora este disco que fue el último que escribí atormentadamente, sin dormir y entregado a todo tipo de exaltaciones físicas y mentales. Por eso ahora lo voy a cantar en Madrid y en Barcelona, y lo he cantado en mi queridísimo Cono Sur de América.
¿Por qué ese disco? Porque ese año cumplí 50, tuve un ictus, me di cuenta de que tomaba unas cosas que ya no me gustaban y lo dejé todo sin ningún tipo de rehabilitación ni de expertos. Lo dejé porque lo que tomaba era una mierda. Bebía hasta que nos echaban de los bares. Decidí cambiarme de la compañía de los músicos, donde las drogas estaban muy presentes, por la de los poetas, que eran borrachos que te contaban cosas interesantes.
¿Y es feliz? Mato el tiempo de buena manera, pero feliz no diría yo que soy.
Juan Cruz
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