La sociedad dominicana vive un período de rechazos, abusos, y vulnerabilidad. Si usted no lo ha notado, observe. En situaciones así, los más oprimidos son los más golpeados, y en esa lista hay muchas mujeres.
No por casualidad los feminicidios son una tragedia nacional. República Dominicana tiene el deshonor de estar entre los países que encabezan la región en estos aberrantes asesinatos, aunque cada 25 de noviembre las autoridades hablen y desfilen contra la violencia. De 2005 a 2013 se produjeron 911 feminicidios íntimos y 831 no íntimos, y en el 2014 los números van altos.
Tampoco es casualidad que el Congreso Dominicano haya aprobado recientemente un Código Penal que criminaliza el aborto terapéutico, es decir, cuando hay que interrumpir el embarazo para salvar la madre. Pocos países latinoamericanos tienen esta aberración legal.
No planteo que las mujeres sean simplemente víctimas debiluchas de los hombres. No. Lo que planteo es que en las luchas de poder, donde las fuerzas retrógradas llevan la voz cantante como en República Dominicana, los derechos de las mujeres son con frecuencia pisoteados. Retrógrados y oportunistas mancomunados, legislan para mantener muchas mujeres subordinadas.
El feminicidio devela el profundo odio que alberga un hombre hacia una mujer. El macho encabronado utiliza su fuerza física o las armas para destruir a la mujer que ha convertido en objeto de rechazo. Deshacerse de ella con el asesinato es la expresión extrema y aberrante del poder machista.
La mujer, por el contrario, casi nunca asesina al hombre. Por eso el feminicidio, término ya de amplio uso en español, es tipificado social y legalmente; mientras el masculinicidio no existe como tal, o es infrecuente; el término ni se utiliza.
El Código Penal recién aprobado por el Congreso Dominicano y pendiente de aprobación presidencial tipifica el feminicidio como crimen. ¡Bien! Pero restringe la definición al ámbito íntimo, y en eso se queda corto.
Por otro lado, la Constitución de 2010 estableció que la vida comienza desde la concepción, lo que hace todo tipo de aborto ilegal; aunque en otros acápites la misma Constitución consagra el derecho a la vida de las mujeres.
El nuevo Código Penal criminaliza todo tipo de aborto en clara violación al derecho a la vida de las mujeres. Con esta disposición, muchas mujeres dominicanas quedan expuestas a morir si el embarazo se complica y los médicos no se atreven a interrumpirlo para no caer presos. Resultado nefasto: el embarazo podría significar la pena de muerte para algunas mujeres, sin que ningún congresista ni el Presidente tenga que cumplir 40 años de cárcel por esas muertes.
Históricamente, ni los legisladores ni los presidentes dominicanos se han interesado mucho por la salud de las mujeres embarazadas. ¿Evidencia? El alto índice de mortalidad materna, mayor que el promedio regional; y estas muertes se producen fundamentalmente en hospitales públicos. Ante el problema, los funcionarios actúan con irresponsabilidad humana, social y política. Para muchos de ellos el “valor de la mujer” es un espectáculo político-mediático.
La gran desigualdad social dominicana se manifiesta también en las mujeres. Las ricas viajan al exterior para un tratamiento especial o un aborto terapéutico. No así la inmensa mayoría de las mujeres dominicanas que sucumben en los hospitales públicos mal administrados, mal equipados y mal atendidos; verdaderas “pocilgas” para citar al propio Presidente.
Danilo Medina tiene dos opciones con el Código Penal: promulgarlo como está, o devolverlo al Congreso para que incluya garantías al aborto terapéutico. En sus manos está ser valiente a favor de muchas mujeres embarazadas y observarlo, o rajarse y promulgarlo.
Rosario Espinal
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