A fuerza de cotidiana repetición, los delitos de todas las cataduras se han hecho cosa del diario vivir. La sociedad está inmersa en esa vorágine y parece adaptada, o tal vez muy mal acostumbrada, a la secuencia violenta que es sello de distinción de la inseguridad. Y lo peor es que la fuerza de la costumbre ha ido imponiendo el silencio de los grupos sociales. Ni siquiera un movimiento como el que pacíficamente venció la resistencia del Gobierno a invertir el 4% del PIB en la educación, se ha zapateado ante tanta indefensión.
El Gobierno, a pesar de todos estos pesares, no exhibe un plan estratégico para enfrentar el problema. En fila india, el delito, la represión y la impunidad se presentan ante los ojos de una sociedad que, a fuerza de tanto ver este drama, lo asimila como modus vivendi. Es una muy mala costumbre.
Editorial Hoy
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