El presidente Leonel Fernández ha querido despedirse de su podio internacional con un discurso memorable. Y lo ensayó en la última cumbre en Río de Janeiro, cuando llamó al mundo a construir un nuevo paradigma de civilización; a luchar contra la pobreza, la inequidad y la injusticia social; y a recomponer lo que identificó como una crisis de liderazgo a nivel mundial.
Son todos buenos propósitos. Y confieso que si yo fuera un extraterrestre recién aterrizado, me hubiera sentido conmovido y me hubiera convertido en un partisano sincero del presidente Fernandez. Porque reconozcamos que, visto en abstracto, no le faltan aprestos al discurso y al orador.
Pero visto en contexto, como los sociólogos acostumbramos a ver las cosas, no me queda más remedio que confesar mi aprensión de que en la política mundial, y en sus costosísimas cumbres, se ha perdido la sensatez.
Que el presidente Fernández se aliste a dar cuanto discurso internacional pueda, es parte de su vocación y de su elevada autoestima. Creo que pocos políticos caribeños ha tenido tan fuerte y tan intenso involucramiento internacional, de manera que lo hemos visto tratando de intermediar en el conflicto colombo-venezolano, de ayudar en el aún más conflictivo tema israelí-palestino, de proponer programas en la agenda de Naciones Unidas y de saltar de universidad en universidad recibiendo agasajos y honoris causas diligentemente negociados por los funcionarios de nuestras abultadas embajadas en todo el mundo. En nada ha sido especialmente exitoso, y en algunos casos ha sido un fracaso total, pero francamente, he llegado a creer que si un presidente vale la pena, costearle sus hobbies es un mal menor.
Pero en el caso que nos ocupa hay que llegar a la conclusión que el pasaje y el hotel no valieron la pena. En realidad Leonel Fernandez ha estado ocho largos años en el poder, con el viento económico soplando a sus espaldas, sin una oposición significativa y con un control cuasi-dictatorial de todos los poderes. Y a cambio lo único que nos ha dejado con olor a paradigma es la vulgaridad del Nueva York chiquito.
Nos ha dejado, eso sí, una gestión de actos corruptos escandalosos y sepultados en el silencio. Nos deja Sun Land y los 130 millones de dólares desvanecidos en bolsillos cercanos al presidente, las sobrevaloraciones de obras otorgadas fuera de concurso, las ilegalidades con las hermanas Peláez, las fotos en familia con el narcotraficante Del Tiempo y toda la podredumbre del caso Figueroa Agosto. Y para rematar, la francachela de las concesiones en Haití a expensas de la cooperación internacional y de nuestro propio aporte, como sociedad, para aliviar la calamidad de esa nación. Lo que ya algunos llaman, una oscura “corporación”.
Nos ha dejado funcionarios con más de un millón de pesos mensuales de salario, en una sociedad donde la mitad de los empleados gana menos de diez mil, y un profesor universitario, con todos los galones académicos, apenas llega a 50 mil trabajando sobretiempo. Acaba de costear una campaña electoral extremadamente costosa para lograr la continuidad de su proyecto político –con la vicepresidencia de su esposa incluida- que ha dejado el tesoro desfalcado y la deuda externa por las nubes.
Pero al mismo tiempo, se negó a cumplir la ley de educación, y ha minimizado los gastos sociales –excepto en lo referente a los programas clientelistas de administración de la pobreza- para concentrar las inversiones en obras megalomaniacas en la capital en detrimento de las provincias y de las zonas rurales.
Y luego, promulgó una Constitución que priva a las mujeres del control de sus cuerpos, que impide a los inmigrantes a acceder a estatus legales superiores, que privatiza playas y costas, que impide los matrimonios de homosexuales y que reserva al presidente poderes excesivos; que el ha sabido usar para montar un esquema de dictadura constitucional que constituye hoy una amenaza muy seria para la democracia dominicana.
Creo que sería bueno para toda la humanidad distraer la atención del presidente Fernández hacia cualquier otro tema. Por ejemplo, hacia ese asunto de los precios de los productos básicos y la especulación. Y si esto falla, propongo los OVNIS. Porque si lo dejamos construir un nuevo paradigma civilizatorio, vamos a terminar sin dinero, sin derechos y aplaudiendo las ocurrencias de un hombre de pocas ideas pero de tantas ambiciones como mañas, del que ya es posible ver por la ciudad los primeros pasquines electorales para el 2016.
Como para que no quepan dudas, a amigos y a enemigos.
Haroldo Dilla Alfonso
7dias.com.do
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