Expresidente Leonel Fernández.
Quienes han estudiado las ciencias sociales saben que el juego político de las democracias occidentales descansa en el presupuesto teórico de que se debe gobernar para el bien común. El Estado moderno, representativo, con su separación de los poderes, es posible sólo donde la nación ha devenido sociedad civil, donde ese Estado no sea más que una abstracción de esa sociedad. Es lo que pregonó todo el discurso enciclopedista clásico, y lo que Juan Jacobo Rousseau llamó “transustanciación”, refiriéndose a esa unanimidad de aceptación que se plasma en el voto: enajeno mi libertad cuando otorgo representatividad a mis gobernantes, pero participo de la soberanía. Esa es la base de la tradición racionalista del capitalismo europeo, que obliga a los actos de gobierno a ser siempre una búsqueda del bien común.
Por desgracia, en la historia dominicana, son contados los momentos en los cuales se ha gobernado para el bien común.
Ahora mismo, hundidos en el hoyo más profundo de la irresponsabilidad fiscal de un gobernante, valdría la pena preguntarse ¿para quién gobernó Leonel Fernández? Sin dudas, para los poderosos, y para el círculo de nuevos millonarios que lo rodean. ¿Por qué este hombre que alardeó hasta el cansancio de dirigir un gobierno económicamente exitoso, entrega a la nación un cascarón desvencijado, un barco a la deriva, un tesoro público desfalcado? Simplemente porque su afán era construir un poder desmesurado que colmara su vocación de eternidad.
Leonel Fernández ama el poder sobre todas las cosas, su “razón práctica” es reproducirse a sí mismo en el poder, y son muy pocos sus actos de gobierno que privilegian el bien común. Incluso los únicos que pueden ser proclamados, como el asistencialismo de la tarjeta solidaridad y otros similares, eran actos destinados a la construcción del inmovilismo social, y al dominio clientelar.
Es eso lo que explica la irresponsabilidad fiscal que practicó, y el alto nivel de permisibilidad que la corrupción tenía en su gestión de Estado. Lo que ha ocurrido en este país es algo inconcebible. Y no es sólo por el déficit, sino por la mecánica personalista que lo genera. En apenas tres meses de transición la deuda pública creció en 120 mil millones, y el desborde originado causará mucho sufrimiento a la población, y un robo incalculable de la felicidad ciudadana.
Este es el déficit de la megalomanía, se podría llamar así: “Déficit de la megalomanía”, porque se despliega en razón de que Leonel Fernández a última hora quería dejar una huella esplendorosa de su poder, y subió el gasto primario en más de un 44%, sabiendo perfectamente lo que ello significaría, intensificando el despilfarro y la apropiación de fondos públicos, en un gobierno que ocupaba el primer lugar en el mundo en actos de corrupción. He ahí un modelo nítido de irresponsabilidad fiscal, de ausencia absoluta de proyecto social en el ejercicio del poder. Pero en este país hay como una suspensión del juicio moral, y cualquier gobernante se emperra con el poder, y ese devastador desvarío de grandeza terminamos pagándolo todos. Es lo que ha ocurrido, y podría volver a ocurrir.
Durante los últimos ocho años de gobierno de Leonel Fernández yo he sido un cronista empecinado de su gestión, y después de tantos años no puedo más que entristecerme observando impávido todo el daño que ha hecho a este pobre país. Un país dormido en los visajes de la agonía, carente del febril entusiasmo con el que en otros tiempos hacía rodar por el suelo las fábulas impuras, fatalmente atado a la manipulación de políticos inescrupulosos que instrumentalizan su ignorancia y domestican su hambre. Un país aturdido por los rayos del sol, con la pasión en el rostro, que puede arder y desparramarse en la desdichada combustión de su martirio, pero que asusta a sus verdugos cuando se resiente y truena. Como ahora que la inconformidad cunde como un fuerte aldabonazo contra la injusticia, contra el mal gobierno, contra la irresponsabilidad fiscal y la corrupción, que nos depararán miserias y frustraciones sin cuento.
La herencia de Leonel Fernández hemos comenzado a cosecharla ya: incertidumbre, aumento de precios, desempleo, multiplicación de la delincuencia, elevación de impuestos, infuncionalidad de las instituciones, etc. Secuela inevitable cuando el poder se instrumentaliza, y no se gobierna para el bien común.
Andrés Luciano Mateo
Hoy Digital.com.do
http://hoy.com.do/opiniones/2012/11/14/454788/Goberno-Leonel-para-el-bien-comun
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