Lo letal en el reino deslumbrante del ex presidente Leonel Fernández ha sido la duplicidad: su doble juego y sus lecturas de la realidad contrapuestas, al conjugarse en él una visión exógena del país con una desconexión in crescendo de la realidad local, ligada con un desprecio a la inteligencia emocional del pueblo dominicano.
Durante su segundo mandato la crisis, la descalificación de Hipólito Mejía, la correlación de fuerzas políticas y su aura personal le abrían el camino para poner la República Dominicana sobre los rieles de un progreso verdadero haciendo lo que nunca se había hecho. Representó la mayor oportunidad de cambio que habíamos tenido hasta entonces y será juzgado por haber generado tantas esperanzas frustradas.
Según las teorías del sicoanálisis este joven intelectual, brillante y tranquilo, acabó con toda su calma por matar simbólicamente al “padre”, el profesor Juan Bosch, actuando en contra de sus preceptos y asumiendo las líneas de conducta retrógradas de su padrino Joaquín Balaguer que, por cierto, nunca tuvo una visión exógena de su país, casi nunca salía al extranjero y nunca tuvo a una Margarita de primera dama. El alumno sobrepasó rápidamente al maestro; se transformó en león, se buscó un gato Félix y se comportó, al igual que sus compañeros de partido, como digno representante de la pequeña burguesía trepadora y en protagonista de la película de Buñuel: “El discreto encanto de la burguesía”.
Si bien se afirma que en política el fin justifica los medios, el presidente salido de las filas de un partido centralizado y austero, constituido por cuadros formados, se tornó en un híbrido y dejó pasar la posibilidad de cambiar el curso de la historia promoviendo transformaciones estructurales profundas. Al contrario, dejó agudizar los males: hubo comesolismo desde el primer periodo; luego vendrían la implicación de altas esferas de las fuerzas armadas y la Policía en el tráfico de drogas, una confusión de papeles entre el Estado y Funglode, la siembra de varillas y cemento, así como el fomento de la corrupción.
El análisis de la psiquis de Leonel Fernández queda por hacer: ¿será que en algún momento se le cruzaron los cables, envanecido por el poder, por el acceso a los grandes de este mundo, fue cegado por la vanidad y los lambones, o será que nunca se le curaron las voces del niño interior con el cual todos cargamos, los complejos de infancia, las vivencias en el seno de una familia disfuncional, la migración a la gran urbe desde Villa Juana, luchando por la sobrevivencia, colocado por las circunstancias en un sitial donde no supo canalizar sus emociones y quiso construir un país a la medida de sus sueños y frustraciones?
Lo que no se puede perdonar es que gracias a su visión de país perdimos doce años en sacar a nuestros niños y niñas del semi oscurantismo en que los mantiene el sistema escolar dominicano. Lo que no se puede perdonar es que en nuestros barrios marginados nuestros niños no piensan, no analizan, no racionalizan, no leen pero sí saben de drogas, de violencia, de muertes y de embarazos.
Lo que no se puede perdonar es que en el Nueva York chiquito la gente se muere de dengue, de leptopirosis y de cólera mientras se gastaron millones en la campaña electoral para mantener en el poder los artífices del hoyo fiscal, al PLD entero, y que se nos quiera hacer creer que Danilo no ha sido parte de esta desgracia.
Se acabó de caer la máscara del doble juego: Leonel apareció en toda su crudeza en el último discurso, pálida réplica de todos sus discursos anteriores, charla épica, bien dicha, mareante de datos y cifras verdaderas y falsas, un arroz con mango, con un sancocho de funcionarios y ex funcionarios aplaudiendo beatos y a destiempo, todos cómplices del asesinato del padre, con la presencia de una Margarita encargada de velar por corregir lo que está mal y hacer lo que nunca se ha hecho.
Elisabeth de Puig
Abogada
puigeli@gmail.com
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Acento.com.do
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