Las protestas en todo el país no persiguen desacreditar al expresidente Leonel Fernández, porque él no necesita ayuda en ese campo. Con sus actuaciones bastaría si fuera ese el propósito. La indignación que se expresa en piquetes y movilizaciones en todo el ámbito de la República es fruto de la dimensión del fraude, intelectual y económico, que él encabezó en el período más negro y decepcionante de nuestra historia reciente y la sensación de que ese gigantesco atropello a la decencia pública esté siendo protegido por una política de oídos sordos.
Lo que indigna no es la posibilidad de su retorno en el 2016, sino la magnitud del desastre que él dejó en el plano económico y moral. El gran quejido que se escucha por doquier se nutre de la sensación, cada vez más expandida, de que el castigo impositivo que se le impone a la nación como resultado de ese legado tiene por finalidad borrar toda huella del déficit histórico de más de 200 mil millones de pesos.
Una deuda que ahora todos estamos condenados a pagar sin tener responsabilidad en esa fiesta de despilfarro y corrupción que nos azotó por ocho años. Lo que indigna y sustancia las protestas es la convicción de un nuevo “borrón y cuentas nuevas”, que institucionaliza el saqueo de los bienes públicos con un manto de impunidad que enerva y deprime.
Es difícil predecir cuál será el desenlace de este renacer de conciencia nacional, si tendrá fuerza suficiente para mover un aparato judicial como los demás poderes del Estado bajo control del clan gobernante, o si será vencido por la indiferencia e irracionalidad oficial, escudada en la tradición de olvido en la que confían.
El país está viviendo un gran momento, que puede durar lo que un suspiro o sentar un precedente que contribuya a sentar las bases de una democracia real, en la que la voluntad del pueblo impere y no la perversidad de falsos redentores que usan el poder sólo para enriquecerse.
Miguel Guerrero
La Columna de Miguel Guerrero
elCaribe
Foto: Islam para mujeres parlantes
http://www.elcaribe.com.do/2012/11/30/una-politica-oidos-sordos
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