El presidente Medina cumple los primeros cien días al frente del puesto de mando por el que tanto trabajó y esperó.
Han sido cien días difíciles que han estado marcados, innegablemente, por la reforma fiscal que el equipo de gobierno justificó ante el déficit que encontró a su llegada a Palacio.
Y como consecuencia de esta decisión, los cien días se resumen en la fotografía de las manifestaciones que han mostrado el hartazgo combativo de la población ante la corrupción de la clase política.
El presidente Medina no ha sido el destinatario principal de este enojo. Es un afectado indirecto, más por omisión que por acción, por no adoptar medidas directas para exigir responsabilidad por el excesivo déficit no presupuestado y mal administrado.
No gustó -desde el primer momento- el gabinete que ha escogido. Cien días después, sigue sin gustar aunque se asoma la esperanza de que en febrero comiencen los cambios. Situación incómoda para un presidente discreto acostumbrado a un segundo plano que le permitía maniobrar con mayor libertad.
La calle le está diciendo muy claramente qué espera. Irónicamente, en medio de todo este ruido (incluyendo el que le hace su antecesor) le toca a él redimir a un PLD que, incrédulo, ve cómo ha pasado de ser el sinónimo de honradez que le legó Juan Bosch a ser exactamente lo contrario.
El ciudadano exige un cambio radical en su clase política y eso no se consigue ni en cien días... ni protegiendo a los culpables.
Inés Aizpún
IAizpun@diariolibre.com
Diario Libre.com.do
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