Si algunos dudaban del interés del Gobierno en que la guerrilla interna que desangra y divide al PRD siga siendo, con todas sus consecuencias para su maltrecha imagen pública, un asunto de interés nacional, el despliegue policial dispuesto alrededor de la Casa Nacional, escenario del accidentado juicio disciplinario que terminó expulsando al expresidente Hipólito Mejía y a un grupo de dirigentes, debió de acabarlos de convencer de que esa mano poderosa es la que atiza el fuego que consume y destruye al perredeísmo.
Sin embargo, no voy a repetir aquí, y mucho menos a endosarlo, lo que el imaginario de los perredeístas que siguen a Hipólito ha convertido en una verdad de a puño; que Leonel Fernández es el culpable de que el jacho esté a punto de apagarse a causa de otra traumática división, pues al igual como sucedió con el expresidente Joaquín Balaguer, cuyo maquiavelismo fue exaltado a la categoría de mito, al extremo de que muchos veían en cada una de sus acciones (incluídos sus errores) una jugada maestra de alta política, al expresidente se le atribuyen más poderes y virtudes de estratega de las que realmente le adornan.
Porque la verdad monda y lironda es que nadie le ha hecho tanto daño al PRD, y ahí está su borrascosa historia para corroborarlo, como los propios perredeístas, lo que sus enemigos externos, sea este gobierno o el anterior, han sabido capitalizar en su propio beneficio.
¿Quién no aprovecha una oportunidad servida en bandeja de plata? Por eso había tanta gente de antemano convencida de que el espectáculo de mal gusto protagonizado por los perredeístas el pasado lunes, en el que el Gobierno aportó el decorado con un despliegue policial fuera de toda proporción, seguía al pie de la letra un guión previamente escrito y ensayado como parte de un trágico drama cuyo título --como el de un libro que se ha leído muchas veces-- también resultaba fácil de adivinar: el PRD destruye al PRD.
Claudio Acosta
Qué se dice
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