No hay cosa más sabrosa que la sensación de placer que se deriva del disfrute del poder. Se tienen todas las ventajas de otorgar favores, hacer bellaquerías y asegurarse un buen futuro. Y si por las veleidades populares y del destino obligatoriamente se vean desplazados del poder, ojalá que sea de buena manera, y no convulsionados por un estallido social y popular de virulentas consecuencias.
El disfrute del poder es lo que más genera la transformación de las conductas y personalidades de los individuos, que mansos y humildes, se convierten, en menos de lo que canta un gallo, en arrogantes y petulantes. También con un ego elevado a la enésima potencia para despreciar a los que una vez fueron compañeros inseparables en todo tipo de actividad social o los ayudaron en los tiempos de calamidades.
La prepotencia es una mala consejera. Por una peculiar condición de la evolución genética de los políticos, a casi todos se les introduce unas ínfulas de sentirse superiores. Se creen que su opinión los hace infalibles, y su nueva terquedad los lleva a ignorar a los demás.
Se busca descalificar a los otros políticos y a críticos, endilgándoles una percepción de la realidad distinta a la que los funcionarios se han forjado en sus confortables despachos ministeriales. Están apartados de la plebe mundana e ignorante, según su criterio de superioridad.
Se vive con una nueva generación de políticos del siglo XXI que no se detienen, bajo ningún remordimiento de conciencia, para buscar solo sus beneficios. Ellos atropellan y atraen a los que necesitan para que le sirvan de respaldo a sus planes de control popular.
Los políticos se venden como mansos y humildes. Dicen que están asequibles a todo el mundo en sus relaciones, pero reniegan de ese mensaje de humildad al momento que se tiene el poder. La arrogancia, el egocentrismo y la prepotencia les brota por los poros, aplastan o descartan, y alejan de diversas maneras, a los que disienten de ellos.
El lenguaje se utiliza para pisotear con la fuerza de las palabras a los que no creen en tanta humildad. Se denuncia y se critica la actitud de fariseos de un sector político millonario que se ha adueñado de una supuesta verdad. Quieren hacer callar las voces disidentes que tratan de despertar a la opinión pública para que no se sumen al coro de la conformidad. Así solo se aceptaría que los recursos públicos sean para disfrute de un pequeño grupo de más agallas y de poder militante con un verbo agresivo para infundir temor.
El ejercicio del poder permite el uso de un amplio abanico de posibilidades de sumisión y de domesticación. Así se cuenta con las masas y cerebros sumisos para llevar a cabo los objetivos, muchas veces concebidos con varios años antes de llegar al poder. Son los políticos sagaces e inteligentes que establecen un cronograma o carta de ruta de actividades de cómo sería su accionar si llegan a alcanzar el poder. Ellos ya tienen el día a día de las actividades pautadas. Entonces, si surgen contratiempos o se producen alteraciones, se originan percances indeseables. En esos casos se necesita modificar programas, y como se dice, arreglar la carga en el camino y poder retomar la estrategia original.
El ejercicio dominicano de la política es muy peculiar. Rompe todas las teorías y esquemas normales de un buen comportamiento. Para los profesionales del tema, y expertos mediáticos, es un tremendo dolor de cabeza analizar las conductas de los políticos criollos. Ellos están enfocados en que su acceso a la actividad política es para buscar los beneficios de todo tipo a nombre de la supuesta ayuda al pueblo. Este es embaucado sin piedad por los asaltantes del poder. Estos, a final de cuentas y en poco tiempo, pueden codearse con sus fortunas al vapor con los sectores sociales más rancios y tradicionales de la sociedad dominicana.
Lo que incomoda a los ciudadanos honestos es la impunidad que desde hace tantos años domina el ambiente. Se acepta, como algo válido para arrimarse al poder el enriquecimiento, engañando al pueblo crédulo e ingenuo.
Con sus malicias naturales, los políticos hacen de la colectividad un fértil territorio para buscar respaldos. Con promesas o pequeñas dádivas, saben que tienen al pendejo pueblo, cautivo.
Fabio Herrera Miniño
Hoy
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