Después del cumplimiento de mis obligaciones asistía día tras día a las sesiones del Parlamento Español, ubicado a pocos pasos de la pensión en que me hospedaba.
Gracias al pase diplomático que me daba acceso sin mucha dificultad a un sitio especial en las tribunas destinadas al público, pude asistir a aquellos grandes certámenes de elocuencia. Conservo intacta en mi memoria la imagen de las grandes figuras republicanas de la época. La oratoria de Don Manuel Azaña, Jefe a la sazón del Gobierno Español, me impresionó poco cuando oí por primera vez en el debate que se ofreció sobre el supuesto descubrimiento de un alijo de armas en San Esteban de Pravia. Su voz apagada, su palabra sobria, su gesto reposado, la ausencia casi absoluta de tropos rimbombantes en sus exposiciones magistrales, no se compadecían entonces con el género de elocuencia a que me hallaba acostumbrado al oir a Rafael Estrella Ureña, a Luis C. del Castillo y a otras grandes figuras de la oratoria dominicana.
Manuel Azaña Díaz.
La oratoria fría pero maciza de Azaña, se escuchaba en la misma sesión que la arrebatada y contundente de Indalecio Prieto, fuerte, monumental en su continente y relampagueante en sus apóstrofes.
Su estatura me hacía recordar un poco la de Arturo Logroño, un orador cuya presencia en la tribuna daba también la impresión de un mastodonte de cuya boca fluían las imágenes como un tropel de alondras o como un vuelo de cóndores. Se caía, minutos después, en los raudos despliegues del Jefe del Partido Radical, Don Alejandro Lerroux, verdadero maestro del buen decir, de quien podría decirse como se ha dicho, que no alteraba una sola línea de su toga de senador, cuando abría como un espectáculo ante su auditorio el abanico multicolor de sus imágenes sin ornamentos retóricos y sin pedrerías ociosas,
Indalecio Prieto Tuero.
Oir a Indalecio Prieto después de haber oído a Azaña, era oir la trompa de Quintana después de haber oído la citara de Bécquer o el acordeón de Zorrilla.
Cuando leo hoy, al cabo de mas de 40 años, las descripciones que hace Don Benito Pérez Galdós en uno de sus ¨Episodios Nacionales¨ de los debates entre liberales y absolutistas en las cortes de 1812, no puedo menos que reflexionar con tristeza sobre la inevitable decadencia de muchos aspectos esenciales de las culturas humanas. Con ser tan admirable la elocuencia de los tribunos de la Segunda República Española, la de un Martínez Barrios y la de un José María Gil Robles, que diferencia entre ellos y la que alentó a su vez el númen de un Salustiano de Olózaga o el de un Agustín Arguelles!
Una excepción hay que hacer , sin embargo , cuando se alude a los hombres que representaron al pueblo español en las tribunas de la Segunda República: la de Don Niceto Alcalá-Zamora, el jurisconsulto escogido para presidir España en aquel período histórico. Oírlo en un mensaje, escucharlo en la disertación académica, seguirlo en un debate sobre temas tan intrincados como el de la Ley de Cultos y Congregaciones, equivale a ascender, de asombro en asombro, hasta los días de mayor esplendor de nuestra lengua. Creo que es el mejor orador, el disertante mas fluído, el polemista mas sonoro y contundente que he escuchado en mi vida.
Niceto Alcalá-Zamora.
Una excepción hay que hacer , sin embargo , cuando se alude a los hombres que representaron al pueblo español en las tribunas de la Segunda República: la de Don Niceto Alcalá-Zamora, el jurisconsulto escogido para presidir España en aquel período histórico. Oírlo en un mensaje, escucharlo en la disertación académica, seguirlo en un debate sobre temas tan intrincados como el de la Ley de Cultos y Congregaciones, equivale a ascender, de asombro en asombro, hasta los días de mayor esplendor de nuestra lengua. Creo que es el mejor orador, el disertante mas fluído, el polemista mas sonoro y contundente que he escuchado en mi vida.
Las calles de Madrid, como las de otras muchas ciudades españolas, la prensa escrita y todas las manifestaciones públicas, respiraban ya vientos de fronda. El huracán se veía ya venir desde lejos. Desde los bancos de la oposición, en las grandes sesiones de las Cortes, el trueno de José María Gil Robles anunciaba la cercanía de la tormenta. Aún no habían sonado las primeras descargas, cuando se veía asomar, como en el horizonte de las Cortes de Cádiz de 1812, el espectro de la guerra civil, con la ferocidad dramática con que ese espectro ha hecho siempre su aparición en la escena española.
Si por algo lamenté mi salida de España fue porque mi ausencia me privaba de presenciar la embestida, contra las rocas de las Cortes de la Segunda República, de aquel océano que ya llevaba en sus entrañas el monstruo de una guerra sin precedentes, por su ferocidad, en los anales de nuestra época.
Nota 1: El Dr. Joaquín Balaguer fue Secretario de la Legación Dominicana en Madrid, España, por casi tres años desde 1932. Sus funciones terminaron meses antes del estallido de la guerra civil.
Nota 2: Este es un extracto del libro ¨MEMORIAS DE UN CORTESANO DE LA ERA DE TRUJILLO¨. Editora Corripio, 5 de Octubre de 1988, primera edición. Santo Domingo, República Dominicana.
Nota 3: El autor, Dr. Joaquín Antonio Balaguer Ricardo, fue presidente de la República Dominicana y Presidente del Partido Reformista Social Cristiano.
Marihal / Desde La República Dominicana
Marihal / Desde La República Dominicana