La presión tributaria es un concepto que el país tiene que manejar tomando en cuenta las deficiencias e infuncionalidades del Estado recaudador, además de las consecuencias negativas de sus inequidades en el trato a los contribuyentes. Ahora mismo, y tras un desbordado uso del endeudamiento y el gasto público para que el oficialismo comprara aceptación electoral, más de un tercio de lo que los ciudadanos están tributando tiene que usarse para enfrentar acreencias, bastante más de lo que le falta dirigir a sentidas obligaciones para con la sociedad. El clientelismo, que ha mermado poco y dejó secuelas, sangra al Estado incluso para sostener un excesivo y despendioso servicio exterior. Injusta carga para el pueblo.
El Estado va a seguir pobre de argumentos para crear o acentuar su gravitación sobre los ingresos de los ciudadanos mientras su base tributaria descanse más en impuestos regresivos, al consumo; al tiempo que los poderosos de la generación de riquezas apenas aportan al fisco en forma individual o corporativa. El manejo del problema eléctrico, con un esquema de relaciones en favor de los generadores privados que resulta oneroso a los usuarios, y una tolerancia al robo de energía agravada por problemas técnicos pendientes que agudizan pérdidas que luego recaen sobre el contribuyente, mueven a reclamarle al Estado que dé mayores pruebas de que merece recaudar más.
Editorial Hoy
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