Si algo hay que caracteriza a casi todos los políticos dominicanos, la grandeza -desde luego- no lo es; ni siquiera es la corrupción a pesar de sus incontables casos, ni aun sean imborrables sus huellas fugitivas; es la mediocridad -su común denominador- la que, en verdad, los distingue. Por esta razón, nuestro país, cuando le reinventan una y otra vez la improvisación como método de solución a sus problemas, es condenado a sobrellevar una existencia sin relieve.
Para catalizar cambios trascendentales que transformen nuestra sociedad es necesario, primero, tener metas propias bien definidas; segundo, no permitir jamás que nos tracen desde fuera el camino a seguir; tercero, tener el firme interés de ampliar los límites del conocimiento para poder arribar a una dimensión de avance intelectual.
Es inconcebible que al país le sigan entorpeciendo, por ignorancia, por dejadez o por motivos inconfesables, un cambio en el modelo de producción que le permita a nuestra economía equilibrar el peso de los sectores de servicio, de la construcción y de la agricultura, con los de la ciencia, la tecnología e innovación.
Sin embargo, lo que vemos es que los esfuerzos de esta administración para enfrentar el atraso que nos consume, solo sirven para sembrar los estragos de su irresponsabilidad al promover y amparar la llegada diaria de una multitud incuantificable de inmigrantes ilegales analfabetos para ser regularizados y posteriormente nacionalizados, lo que -a mi juicio- es la manera más perversa de humillar 171 años de historia republicana.
La palabra para definir este proceder, de existir, no cabría en ningún diccionario, pero, la torpeza de este gobierno y su miedo cierto al ojo del Maligno que parpadea por todos lados, sabotean el futuro de todos. Es de tal obviedad la matriz política de la retrospectiva de esta actitud que, incluso, hiere pensar en ello.
Cuando se ven funcionarios proclamando a los cuatro vientos el desarrollo de una región -en este caso la del sur- al anunciar la construcción de hoteles en aquella zona, es que definitivamente no hay nada en la cabeza, porque, ¿cuál país se ha desarrollado por construir hoteles? Una pena, pues esta clase de propagandas solo fluyen desde la plácida retórica del desconocimiento más absoluto. Igual puede decirse de la agricultura, transporte, energía y telecomunicaciones, sectores pilares de infraestructura que, si bien es cierto que modernizan y elevan significativamente la calidad de vida de los pueblos, no son los vehículos mejores con los que han avanzado los países que hoy disfrutan de un sólido e incuestionable avance en sus economías, modo de vida, su cultura y de un lugar en el grupo de los 20 Grandes.
Como son de la estirpe de políticos que confunden el PIB con el bienestar de los ciudadanos, confunden, también, gestión administrativa con acción política; se entiende, entonces, el por qué en los recientes acuerdos firmados entre gobierno y oposición no hay un solo punto que exija para el futuro una inversión sustancial obligatoria en ciencia, tecnología e innovación bajo un marco regulatorio de una ley de ciencias.
Pero, ¿qué los obnubila en realidad? ¿Por qué es tan miope su visión de progreso? Seducidos, quizás, por los privilegios del poder, buenos sueldos, frecuentes viajes, buenos trajes, corbatas exclusivas y ser foco de atención, no advierten que la apariencia como resultado del medro no siempre significa prestigio ni credibilidad.
En definitiva, lo que se evidencia es que nuestros políticos son individuos comunes de poco y bajo vuelo con tendencia a arrodillarse ante el primer bocón que amenace con acercarse, pero se vuelven fieras insaciables en su apogeo, incluyendo -por si acaso- una mutación repentina a cachorritos tiernos en el vuelo de su caída; personajes que, en la medida que reflejan sus limitaciones, su falta de agallas, su baja autoestima, su carencia de visión, su poco apego por su país, sus desviaciones y la dimensión de farsa de su ocupación, quedan en el terreno como gente que el futuro no reconoce como de los suyos.
El problema es que, como todo resentido esclavo de sus rescoldos, al sentirse solos, hacen visible una peligrosa capacidad de transformar cualquier locura homicida en una sublime motivación de vida. Que Dios nos coja confesados.
Reynaldo Vargas
El Día
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