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jueves, 30 de julio de 2015

Para volver a leer en 2020


El síndrome de Hybris en el PLD (1)
A mediados del año 1997 yo pasaba frente al local del PLD y vi una alfombra roja que llegaba a la calle, viniendo de adentro del edificio. Me detuve y pregunté qué era aquello, y un guardián me dijo que habían llevado la alfombra hasta la calle para que el carro del Presidente se estacionara justamente allí, y él pudiera abrir la puerta y caminar sobre la alfombra hasta el salón donde se efectuaría esa noche una reunión del Comité Político. En esa época todavía todos eran pobres, pero yo comencé a presentir que el poder los había desfigurado de tal modo que estaban en un punto aparentemente sin retorno. Me vino a la mente la imagen de Agamenón, el príncipe de la mitología griega cuya perdición se debe a que Climtenestra lo hizo caer en Hybris, y corrí a mi biblioteca a escribir un artículo.

Mi artículo se llamó “Caer en Hybris” , se publicó en el Listín Diario y originó una pequeña discusión teórica entre mi viejo amigo Carlos Dore y yo. El mundo griego se caracterizaba por una perfecta concepción del equilibrio, cada quién tenía su parte cifrada en el destino (Por cierto, el destino era más inexorable que la muerte), y quien era culpable de querer más que la parte que le había sido asignada caía en Hybris y los dioses lo castigaban. Era una idea práctica de contener la desmesura, un retén del pensamiento mágico religioso contra la altanería jactanciosa y la megalomanía de quienes tenían el poder. Yo comencé a emplear el concepto para describir lo que veía venir, y fui bordando el énfasis exageradamente banal con que la retórica oficial se concebía a sí misma, hasta encontrarme con la alfombra roja desplegada hasta la calle, sobre la que caminaría el presidente de entonces, Leonel Fernández; vendido y consumido a través de su imagen como un atributo permanente de la perfección. Ese ser eufórico era transportado a las regiones de una humanidad superior, y constituía, él primero, la intoxicación de poder que caracteriza la patología de la Hybris que exhibe la práctica política del PLD.

En su expresión más simple, la Hybris se contrapone a la prudencia, el comedimiento, las limitaciones atinentes a la condición humana. Leonel Fernández cayó rápidamente en Hybris porque su obcecación rozaba con el endiosamiento. Si hay algo sobre lo que los griegos siempre advirtieron es el hecho de que la fortuna de los seres humanos cambia todos los días, y por ello no se puede aspirar hasta la dimensión de un Dios. Su impronta le granjeó una extraña fascinación, y podía aparecer como sabiéndolo todo, como si solo a él le podría ocurrir vivir como si se tratara de una ficción, sin revelar nada, y que no daba sino signos. Hablaba de “progreso”, de “modernidad”. De que “estarían en el poder más de cuarenta años”. Dio setenta y tres viajes al exterior representando a un país pobre, pero se hospedaba en hoteles de ricos codeándose con lo más granado de la élite mundial. Al despedirse del poder del Estado, visitó a varios Reyes de Europa para besarles las manos; y se gastó poco más de cuatro millones de dólares en ese periplo, pese al déficit de más de doscientos mil millones en que dejaba al país. ¡La pura desmesura! ¡La Hybris en acto!

En el sentido individual, la Hybris tipifica ese uso del poder que va más allá de sus posibilidades humanas (Leonel Fernández), pero como síndrome es un trastorno paranoide que se puede replicar como práctica hacia dentro de una comunidad que usufructúa las retículas del poder (PLD). El estado de Hybris de Leonel Fernández pagaba la cuota de aceptación con la permisibilidad de la corrupción generalizada. El síndrome de Hybris la justificaba. El mejor ejemplo es Danilo Medina quien actúa bajo el modelo de una personalidad concreta, y posee todos los elementos que tipifican el síndrome de Hybris. Es por eso que nada ha cambiado. A quienes creían que después de Leonel Fernández desaparecería el comportamiento de dioses de los gobernantes, que vean a un Danilo Medina convencido de lo imprescindible de su mesiánica presencia al frente de la conducción de los destinos del Estado, reproduciendo el síndrome de Hybris en el PLD, como veremos en el próximo artículo.

El síndrome de Hybris en el PLD (y, 2)
El síndrome de Hybris genera un ego desmedido, un desprecio hacia las opiniones de los demás, una falsa conciencia que le hace creer a los personajes protagonistas de los procesos sociales que son elegidos por el destino. La historia dominicana es una galería de dictadores tomados por la embriaguez del poder, y no nos resulta difícil hacernos una idea de lo que es el síndrome de Hybris. Más difícil es, sin embargo, detectarlo en un escenario en el cual los mecanismos formales de la democracia “funcionan”. Casi todos los gobernantes dominicanos caen en Hybris, en la constitución de 1844 se colaba ya la desmesura del poder presidencial, y es tan larga nuestra tradición autoritaria que si quisiéramos encontrar una alegoría apropiada en la cual encarnar las obstinadas, contumaces y reiteradas realidades sociales que hemos vivido, aún la Hybris como categoría sería poca cosa, al lado de detentadores patológicos del poder como Ulises Heureaux, Báez, Trujillo, Balaguer y Leonel.

Ciento setenta y un años de República mediatizada dejan apenas quince o veinte años de ejercicio de la democracia efectiva. La legibilidad de la historia nos dice con toda claridad que somos un territorio domesticado para el ejercicio del poder despótico, y es por ello que, rápidamente, quienes se encaraman en la Presidencia se creen dioses venerados. Las características del poder despótico variaron después de los gobiernos de Joaquín Balaguer. No hay presos políticos, ni asesinatos vinculados a la gestión de Estado; pero sobrevino una modalidad de dominio institucional a prueba de imprevisto. Todo el panóptico del poder bajo el dominio de un solo partido. El PLD no sabe competir en igualdad de condiciones, además del presupuesto público gobierna todos los mecanismos de manipulación social; y el escrutinio electoral es solo una formalidad de la legitimación, contando con tribunales que no ofrecen un mínimo de confianza, sin el cual la diafanidad del voto es poco menos que inconcebible. De hecho, es una dictadura virtual, y las elecciones bajo esas condiciones, una caricatura miserable.

Por eso, Danilo Medina fue tan propicio al síndrome de Hybris. Después de los años setenta del siglo pasado, tras los estudios de David Owen y Jonathan Davidson, resultaba fácil acopiar esos síntomas. Manuel Franco, un psiquiatra español, lo describe así: “Una persona más o menos normal de repente alcanza el poder. Internamente tiene un principio de duda sobre su capacidad, pero pronto surge la legión de incondicionales que le facilitan y reconocen su valía. (…). Todo el mundo quiere saludarlo, hablar con él, recibe halagos de todo tipo. Esta es la primera fase. Pronto da un paso más y entra en la ideación megalomaníaca, cuyos síntomas son la infalibilidad y el creerse insustituible”. Un poco es lo que le ocurrió a Hipólito Mejía, quien también cayó en Hybris. Pero ahora, los que elogiaban como un acto de humildad las “visitas sorpresas”, entenderán que no eran más que una mascarada para avalar, consolar, y adular el yo virtual del propio gobernante. Como un Dios descendido de otro universo llega para resolver a los pobres todas sus miserias. Usando abusivamente el poder, a imagen y semejanza de cómo le hicieron a él, descuajeringó sin piedad a Leonel Fernández. Y es la más perversa broma ritual de la unanimidad (PLD, PRD, PRSC), intentando borrar el carácter enceguecido y retrógrado de toda reelección en una historia como la dominicana llena de farsantes que han vendido en papel satinado sus ambiciones desmedidas. Es un hombre enteramente tomado por el síndrome de Hybris, y se cree un redentor.

La reelección de Danilo Medina no es más que un espectáculo pornográfico, un modelo completo de arrogancia vulgar: no hay allí más que la descarada desnudez de un narcisismo que es la conciencia de su poder. Como si el PLD estuviera solo en el mundo, paralizado por la visión manifiesta de su vanidad. Y es tan solo un capítulo. Un año antes del 2020 volverán los áulicos lambones a ponderar “lo bien que lo está haciendo”, y pedirán modificar el transitorio, y a proclamar al “insustituible”. Es más, dadas las abusivas ventajas con que cuentan ahora, están trabajando para eso. ¡La Hybris, la arrogancia en acto!

Guarden estos dos artículos. Los volveremos a leer en el 2020.


Andrés Luciano Mateo
Hoy

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