La noticia fue la comidilla del pasado lunes, pues no todos los días un sargento de la Policía Nacional muere de un ataque cardíaco en momentos en que el cuartel donde presta servicio es atacado a tiros.
Y ciertamente resulta un hecho singular que un miembro de esa institución, al que se supone debidamente entrenado para enfrentar esas contingencias, muera del susto en medio de un tiroteo, aunque es muy probable que una condición cardíaca que quizás ignoraba o que descuidó haya hecho que el corazón le fallara al recibir la fuerte impresión que provocó el sorpresivo tiroteo.
Pero su muerte, definitivamente lamentable, hizo que pasara a un segundo plano la verdadera noticia a destacar en ese hecho: que un grupo de personas que acudió al destacamento La Lila, en Los Mina, a diligenciar la libertad de varios amigos apresados momentos antes, decidió sin más ni más atacar a tiros el destacamento ante la negativa de los policías a dejarlos en libertad.
Lo que ocurrió ahí, por si no se han dado cuenta todavía, fue una agresión inaceptable a la autoridad responsable de velar por la preservación del orden público, y sin duda un elocuente ejemplo del poco respeto (para no utilizar la palabra miedo) que inspira la Policía en ciertos sectores de la población.
Es difícil determinar, a estas alturas del problema, cuándo o en qué momento empezó a perderse ese respeto, pero no resulta tan complicado adivinar porqué, pues prácticamente no pasa un día sin que nos enteremos de la participación de un miembro de la institución, incluidos oficiales superiores, en algún hecho delictivo.
Esa no puede ser una excusa, desde luego, para no perseguir, apresar y sancionar a los responsables del ataque a tiros al cuartel de Los Mina, que son también los responsables –así sea de manera indirecta– de la muerte del sargento Francisco Benito Nivar, pues se trató –insisto– de un desafío a la autoridad que ningún gobierno se puede dar el lujo de ignorar o minimizar.
Claudio Acosta
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